Por Enrique Gil Ibarra
El peronismo está viviendo una coyuntura que desde hace muchos años (desde la monarquía de Carlos Menem) no se producía: Sin órdenes concretas, la dirigencia tiene que interpretar lo que el/la Jefe/a desea.
Cristina Kirchner ya ha pagado y sigue pagando entre su tropa, la desilusión política de haber nombrado Presidente a Alberto Fernández. Obviamente, lo piensa diez veces antes de volver a perpetrar la misma audaz aventura.
En el peronismo, salvo para algunos fanáticos irracionales –que los hay- el que blande el bastón de mariscal y se equivoca, tiene que pagar.
Cristina, que de fanática irracional no tiene nada, lo sabe. Y sabe también que entre aquellos kirchneristas que hoy putean en mil colores al Alberto hay bastantes tontuelos que siguen diciendo “pero la Jefa no tiene nada que ver, Alferdez la traicionó”. Pero hay miles de otros que piensan «si la ‘jefa’ (así, con minúscula) se equivoca otra vez, yo voto lo que crea mejor«.
Por ello, ha adoptado la brillante técnica que utilizaba el inigualable Carlitos cuando no quería decir ni no, ni si: “Vos dale para adelante, caminá”.
Y con ello consigue que todos se sientan apoyados en sus planteos, por más disparatados que sean. Es lo que le sucedió al gordo Manzur, que creyó que un “ni” de Cristina le alcanzaba para ser el vice de Wado. Y le pasó a Wado, que creyó que una “afirmación tercerizada” de Manzur bastaba para confirmar una inexistente orden directa de Cristina.
En resumen, que el justicialismo pejotista está desnorteado como salteño en Ushuaia, y entonces surgen por todos los puntos cardinales las herejías librepensadoras: “Yo a este no lo voto si no lo ordena Cristina”; “Hay que buscar una fórmula de unidad: votemos al mío y dejemos afuera al tuyo”; “Se tiene que bajar el motonauta y dejarle el lugar al ruso, así el hijo puede ser gobernador”.
El Alberto, que puede no ser muy decidido pero le sobra experiencia, sonríe y aporta al quilombo: “Mi candidato no es Scioli sino Tolosa Paz”, y deja a todos babeando y preguntándose para quién carajo juega el Presidente, que además –casualmente- es presidente del PJ nacional.
La confusión es lógica en un partido que siempre estuvo compuesto por señores adultos que jugaban a ser hijos adolescentes de padres dictatoriales. Muerto (o silencioso) el padre/madre, se acabó la bajada de línea. Creen que es casi como el fin de la historia, según afirmaba Fukuyama, y tiemblan al borde de un pantano sin senderos.
Además, como todos los padres/madres de las últimas décadas se han dedicado concienzudamente a amordazar, inmovilizar y desgastar lo poco que queda del Movimiento Peronista, ni siquiera puede escucharse un susurro de aquella “voz del pueblo” que supo ser la voz de dios, para señalarles una ruta que no los lleve a la derrota.
Es el problema clásico de las democracias representativas: el que “representa” más votos, es el/la que lleva la voz cantante, aunque cacaree para el carajo. Pero si además cacarea afinada, no hay quien la pise. En este gallinero, la que más gallinas representa es Cristina. Y si ella no cacarea, no hay plumífero que se le anime, por más “justicialista” que afirme ser.
Y Cristina ya no tiene ganas de levantarse al alba para poner los huevos. Entonces convoca a la “mesa chica” para tomar las decisiones que el resto de los “dirigentes” esperan ansiosos. Pobres. Ya ni recuerdan que Perón decía que, si no se quieren tomar decisiones, hay que formar un comité. Cristina sí se acuerda.
Y Massa también. “Estos cierres son así – comenta relajado- siempre hay tensiones, pero no es la muerte de nadie. Hay que seguir trabajando”, convoca.
Claro que no es la muerte de nadie, sobre todo si el que puede morirse no soy yo. Como máximo (sin alusión), podrá perderse la elección pero siempre habrá un 2027. Sergio Massa tiene 51 años.
Siempre ha sido igual. En el peronismo, cuando el líder calla, el desconcierto cunde. En su libro “Conducción política” Perón señalaba que la labor de los cuadros del peronismo era desarrollar la doctrina para que, con el correr de los años, “no se convirtiera en un anacronismo”. Labor que casi todos nuestros capacitados cuadros han dejado para un incierto futuro debido al enorme trabajo que les han demandado sus cargos públicos en estas décadas.
No importa. Podemos estar seguros de que, en pocas horas, como dicen en la televisión, Cristina – o alguien en su nombre- “romperá el silencio”. Y los melones –como siempre- se acomodarán. Lo que deberían aprender de una buena vez esos melones que finalmente siempre se acomodan, es que el silencio no es de los inocentes. Y que la “Jefa” ya no va a pagar costos, pero –mientras nadie la reemplace- sigue teniendo su bastón de mariscal. Y es suyo, suyo y suyo. Como la Ferrari.
Enrique Gil Ibarra 23/06/2023
Editor responsable y Director periodístico de Infoargentina.com