27 julio, 2024 00:29
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Okinawa en el centro de São Paulo

Hace 115 años, los primeros inmigrantes japoneses llegaron a Brasil para trabajar en las plantaciones de café. Hoy cerca dos millones de nipo-brasileños viven es el país más grande de América Latina. De hecho, es la mayor comunidad japonesa fuera de Japón. El barrio Liberdade, en el centro de São Paulo, es célebre por su decoración y sus restaurantes, pero hay otra diáspora menos conocida. Está formada por los migrantes que salieron de Okinawa, una isla tropical situada a 1.600 km. de Tokio.

Antes de la invasión de Japón, en 1879, Okinawa era un reino independiente con su propia lengua y religión. En 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, esta isla fue el escenario de la batalla más sangrienta del Pacífico. Se estima que murieron más de 100.000 civiles. Con el 90% de los edificios destruidos, la emigración se disparó hacia Bolivia, Argentina, Perú y Brasil. Toda una generación quedó marcada por un auténtico trauma colectivo.

En la actualidad, los okinawenses se concentran en el barrio de Vila Carrão, en la periferia de São Paulo. La comida es una fuerte seña de identidad en su cultura. No es casualidad que en esta región de la mayor ciudad de Brasil haya muchos restaurantes tradicionales. “Los platos de Okinawa son muy diferentes, tienen otro sabor. Combinan ingredientes saludables como el jengibre con el tempura”, señala Matheus Pereira Campos, empresario.

Un dato curioso revela una inversión en la tendencia demográfica. Por un lado, la población de Japón viene disminuyendo en los últimos 12 años. Solo en 2022, perdió 556.000 habitantes. En cambio, la comunidad japonesa en Brasil creció un 40% en dos décadas. El resultado es que los okinawenses representan el 1% de la población japonesa, mientras que en Brasil suman el 10% de la diáspora.

El dueño del restaurante Shima Izakaya reconoce que en Brasil los japoneses tienen más hijos.

“Hoy en Japón el pueblo es más frío, más individualista. Aquí en Brasil vivimos en un clima tropical, en un ambiente totalmente diferente, con personas cálidas. Esto ha dejado más a gusto a las personas para criar a sus hijos”, explica Luiz Kanashiro.

Al igual que sus antepasados japoneses, los nipo-brasileños también son longevos. Para mantenerse en forma, juegan todos los días al gateball, el deporte nacional, en frente a la Asociación Okinawa de Vila Carrão. Además, veneran a sus antepasados en rituales que sobrevive a la tercera generación de migrantes.

 

El vicepresidente de la Asociación Okinawa, Terio Uehara, abrió las puertas de su casa a France 24 para mostrar una de las tradiciones más sagradas: el rito de celebración del primer aniversario de la muerte de su padre, que lideró durante muchos años la comunidad de okinawenses en São Paulo. Para seguir la tradición al pie de la letra, ha invitado a una chamana, que viaja con frecuencia a Okinawa para estudiar los rituales fúnebres y reproducirlos en Brasil.

“Nuestros ritos se están perdiendo. Hoy las personas viajan por todo el mundo y no dan valor a las cosas de Okinawa, pero nosotros valoramos mucho a nuestros antepasados”, señala Cecília Kazuko Takara.

La familia de Terio ha dedicado varios días a la preparación de este evento. Una decena de familiares han cocinado los platos tradicionales de Okinawa, para ofrecerlos a los espíritus de sus ancestros. “Es nuestra manera de expresar nuestra gratitud para que mi padre se quede tranquilo, no se preocupe, porque todo está bien encaminado”, aclara Terio. Reunidos en la cocina, rezan juntos bajo la guía espiritual de la yuta o chamana, que ha preparado varias oraciones en uchināguchi, la lengua de Okinawa.

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Tras la invasión de Japón, este idioma fue discriminado por el Gobierno japonés y rebajado al estatus de dialecto. Sin embargo, en la Asociación Okinawa de São Paulo se imparten clases de conversación para mantener viva esta lengua. “Cuando viajamos a Okinawa y empezamos a hablar, la gente se queda en shock, porque hablamos el mismo idioma de hace 50 años”, revela el profesor Hiroshi Uehara.

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Los okinawenses se jactan de ser el pueblo más fiestero de Japón. Cada cinco años, las diásporas de okinawenses de América Latina, Hawái y otros países del mundo se reúnen en Okinawa para celebrar un festival multitudinario. Además, en São Paulo cada año hay un encuentro cultural y gastronómico, donde incluso hay artistas invitados de Okinawa.

 

Fuente: France24

 

 

 

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