Una zona residencial inundada en el distrito de Dadu, en la provincia de Sindh. Credit…Husnain Ali/Agence France-Presse — Getty Images
Por Fatima Bhutto

Uno de cada siete pakistaníes ha resultado afectado y muchos duermen a la intemperie, sin un lugar donde guarecerse.
Se han perdido alrededor de 900.000 cabezas de ganado y más de 800.000 hectáreas de tierras cultivables, además de que el 90 por ciento de los cultivos se dañaron. En algunas provincias, los cultivos de algodón y arroz, árboles de dátiles y caña casi desaparecieron y la mitad de los cultivos de cebolla, chile y tomate —parte de la canasta básica— se perdieron. Hasta la semana pasada, cerca de 1350 personas habían muerto y alrededor de 33 millones de personas (50 millones, según recuentos no oficiales) han tenido que abandonar sus hogares.
La provincia más afectada, Sindh, en el sur, sufre en especial. Sindh no parece estar preparada para las catástrofes ni tiene planes para reforzar las infraestructuras hidráulicas ni el sistema de alcantarillado que apenas funciona.
Los sobrevivientes, la mayoría de los cuales son pobres, ahora deben evitar el hambre y las enfermedades al acecho en las aguas crecientes y fétidas de la inundación.
Se prevén más lluvias. Gran parte de Sindh está cerca del nivel del mar, lo que significa que las aguas de la inundación del norte seguirán corriendo río abajo.

En 2019, Philip Alston, entonces relator especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, advirtió que el calentamiento global socavaría los derechos básicos al agua, la alimentación y la vivienda. Nos enfrentamos a un futuro, dijo Alston, en el que los ricos pagarán para evitar estas privaciones mientras el resto del mundo sufre.
El norte global puede ayudar a los pobres del sur global haciéndose responsable de las pérdidas y los daños del clima extremo provocado en parte por la quema de combustibles fósiles. El impacto de décadas de quema de combustibles fósiles es ya demasiado grave y afecta de manera bastante desigual a los pobres, como para que el norte global niegue su culpabilidad.
En 2010, año en el que también diluvió, el Departamento Meteorológico de Pakistán registró lluvias en todo el país que estuvieron entre un 70 y 102 por ciento por encima de los niveles normales. A nivel local, las cifras fueron más aterradoras: en Khanpur, una ciudad del estado de Punyab, fueron un 1483 por ciento por encima de lo normal. Los ríos se desbordaron y el río Indo y sus afluentes no tardaron en desbordarse. La rotura de una presa creó lagos que antes no existían. La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés) calculó que 1,7 millones de hogares resultaron dañados y más de 20 millones de personas se vieron afectadas. Las pérdidas económicas rondaron los 11.000 millones de dólares y hubo afectaciones en una quinta parte del país.
La megainundación que vivimos ahora podría ser peor: hubo un momento en la provincia de Sindh en el que las lluvias fueron un 508 por ciento superiores al promedio.
El Fondo Monetario Internacional liberó 1170 millones de dólares de fondos para Pakistán que habían sido asignados previamente para un rescate del gobierno en 2019. El secretario general de la ONU también les pidió a los Estados miembro donar 160 millones de dólares. Pero el dinero del FMI viene con dolorosas condiciones para países como Pakistán y no será suficiente para reconstruir ni para prevenir futuros desastres. Esto es el cambio climático. Es implacable y furioso y todavía no hemos visto lo peor.
La falta de atención a Pakistán es desgarradora: muy pocas figuras de la cultura internacional han alzado la voz por nosotros en este momento de crisis. Podemos interpretarlo como una forma sarcástica de racismo —la idea de que en lugares como Pakistán pasan cosas terribles— o como una absoluta falta de compasión. Pero desde hace mucho tiempo Pakistán es solo una cifra, una advertencia para el mundo, como esas antiguas profecías. Y por eso las grandes potencias harían bien en poner atención. Los horrores a los que se enfrenta ahora Pakistán podrían llegar pronto a todas partes.
Fuente: The New York Times
Fatima Bhutto es una escritora paquistaní y autora de la novela The Runaways.