Muchos acuden a la playa de Perranporth, cerca de Cornualles, en busca de los bloques de Lego que cayeron de un carguero en 1997 y que siguen apareciendo. Tracey Williams lleva años documentando los hallazgos de Lego de ese barco. Credit…Guy Martin para The New York Times
Un día sombrío y lluvioso de finales de junio, Hayley Hardstaff, bióloga marina, paseaba por la playa de Portwrinkle, en Cornualles, Inglaterra, y descubrió un dragón. Era una pieza de Lego: negra, de plástico y le faltaba la mandíbula superior.
Hardstaff, quien se crió en Cornualles, llevaba ya muchos años encontrando piezas de Lego. Cuando era niña, las recogía de la playa y se preguntaba por qué tantos niños olvidaban sus juguetes.
Para cuando fue a caminar en junio pasado, sabía mucho más, y de inmediato reconoció la cabeza escamosa y el cuello que asomaban de la arena, “con todo su esplendor de dragón a la vista”.
En 1997, casi 5 millones de piezas de Lego —entre las que se encontraban 33.427 dragones negros— iban dentro un contenedor de transporte cuando una ola se estrelló contra el Tokio Express, un carguero que transportaba los juguetes y otras mercancías. El barco, que viajaba a Nueva York desde Rotterdam, Países Bajos, estuvo a punto de zozobrar y perdió los 62 contenedores que transportaba, un suceso conocido como el “gran derrame de Lego”.
[El mapa a continuación muestra con puntos rojos los lugares donde se han hallado piezas de Lego. Los puntos negros muestran, de izquierda a derecha, el lugar donde el Tokio Express casi zozobra y el lugar desde donde zarpó en Bélgica]
Es un giro caprichoso del episodio que muchas de las piezas fueran de temática náutica. Según los expertos, se trata del mayor desastre medioambiental relacionado con juguetes que se conoce, y 27 años después todavía se siguen encontrando piezas.
El suceso y sus consecuencias están documentados en las redes sociales en la página de Facebook Lego Lost at Sea, donde Hardstaff se enteró de la historia. “Había visto que algunas personas habían encontrado estos dragones”, dijo, y agregó: “si no, no habría tenido ni idea”.
“La primera vez que fui a la playa, encontré algunas piezas de Lego del derrame y me pareció que era bastante sorprendente”, comentó.
Williams conocía la historia del gran derrame de Lego. Años antes, durante visitas a la casa de sus padres en Devon, solía llevar a sus hijos a la playa a buscar objetos. Buscaban conchas, vidrio marino y piedras interesantes. Luego, en 1997, empezaron a aparecer piezas de Lego.
“No me había olvidado de la historia de los Lego, pero cuando vine a Cornualles y volví a verlos, pensé que era asombroso que 13 años después siguieran apareciendo”.
Su hallazgo despertó una idea: crear una comunidad para saber quién más había encontrado Legos, qué piezas habían encontrado y dónde. Creó una página en Facebook y la BBC informó sobre ella, lo que provocó una avalancha de colaboraciones.
Las personas encontraban pequeños pulpos de colores, dragones, botes salvavidas, aletas de submarinismo, tanques de buceo, hierbas marinas y mucho más, e informaron con entusiasmo de sus hallazgos a la página. “Por fin”, se leía en una reseña de un hallazgo reciente, “tras años de búsqueda encuentro mi primera pieza de Lego perdida en el mar”. El empeño se convirtió en un proyecto con muchos seguidores y dio lugar a un libro titulado Adrift: The Curious Tale of the Lego Lost at Sea.
Para Curtis Ebbesmeyer, no hay duda de ello. Ebbesmeyer es un oceanógrafo conocido por el seguimiento del vertido de Friendly Floatees en 1992, en el que miles de patitos de goma y otros juguetes de baño fueron a parar al Océano Pacífico. Dijo que las corrientes oceánicas eran “como la mayor línea de metro del mundo”.
Después del derrame de Cornualles, Ebbesmeyer se puso en contacto con Lego para preguntar qué había en el barco. La empresa le envió un inventario, junto con una muestra de los tipos de piezas que habían estado en el contenedor. Enseguida las probó en su bañera para comprobar su flotabilidad y descubrió que la mitad de las piezas flotaban.
Esa diferencia podría explicar la desaparición de las piezas de Lego que cayeron del Tokio Express en 1997 y que aún no han aparecido. Williams dijo que hablaba a menudo con pescadores que descubrieron las piezas mientras pescaban en el fondo del océano. Un tiburón de Lego, uno de los 51.800 que había en el contenedor, fue capturado en la red de un pescador a 20 millas de la costa de Cornualles a finales de julio. Es el primero de los tiburones que ve la luz del día en 27 años.
“Solo faltan otras 51.799 por encontrar”, escribió Williams en la cuenta Lego Lost at Sea.
Andrew Turner, catedrático de Biogeoquímica marina y medioambiental de la Universidad de Plymouth, Inglaterra, dijo que el gran derrame de Lego era un caso de estudio interesante por el conocimiento que el público tenía de él. A menudo, los vertidos de contenedores no se hacen públicos a menos que haya algo peligroso o tóxico en su interior. Además, es la “punta del iceberg” de la contaminación por plásticos en el océano.
“Hay tanto plástico en el fondo del mar del que no sabemos nada ni cuánto hay ni cuándo va a salir a la superficie ni si lo hará”, dijo Turner.
El percance del contenedor supuso un reto para las relaciones públicas de la empresa que fabrica los juguetes. Un vocero que calificó el gran derrame de Lego de un “desafortunado accidente” dijo que la empresa nunca quiso “que los bloques de Lego acabaran en el mar”.