17 junio, 2024 13:30
booked.net

El pueblo de Miramar (Córdoba) emerge de las aguas por la sequía

La bajante de la laguna salada de Mar Chiquita, en Córdoba, deja al descubierto la vieja localidad de Miramar, que fue arrasada por las aguas en la década de 1970

Por MARIANA OTERO

 

Lidia Castellino tenía solo 15 años cuando el agua acorraló su casa. Recuerda cómo iba avanzando muy lentamente ante la impotencia de su familia que resistió todo lo que pudo, hasta diciembre de 1977. Entonces, se dieron por vencidos por la creciente histórica de Mar Chiquita, que sumergió al 60% de la localidad cordobesa de Miramar, en Argentina, el único pueblo ribereño de esta laguna salada a la que todos llaman mar.

“Era imposible seguir allí”, recuerda Castellino, que hoy tiene 60 años. “Siempre tuvimos la ilusión de regresar. Hasta que el agua tapó totalmente la casa y no volvimos más”, relata.

Hotel Venecia, 1978. Fotografía de Archivo perteneciente al Museo Fotografico.
Hotel Venecia, 1978. Fotografía de Archivo perteneciente al Museo Fotográfico.

 

Mar Chiquita es una cuenca endorreica sin salida al mar que recibe agua de tres ríos y sólo se escurre por evaporación. La laguna, también conocida como Mar de Ansenuza, sube y baja siguiendo el ritmo del cambio climático. Hoy está en uno de sus puntos más bajos por la falta de lluvias y el desvío de agua del río Dulce, su principal afluente, para riego.

Lidia Castellino posa sobre el techo de su antigua casa, completamente en ruinas.
Lidia Castellino posa sobre el techo de su antigua casa, completamente en ruinas. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

Tiene una superficie sorprendente: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entra diez veces en su cuenca (25 veces cuando está al nivel máximo). Es la laguna salada más grande de Sudamérica y la quinta en el mundo, con una enorme concentración de sal —82 gramos por litro, tres veces más que el océano— y otros minerales que le otorgan al agua y al fango propiedades terapéuticas similares a las del Mar Muerto.

Esas características dieron origen a Miramar a fines del siglo XIX cuando los inmigrantes europeos se asentaron en la cuenca de la laguna en un período de sequía.

Una bajante histórica

La bajante comenzó en 2017. Hoy está seis metros por debajo de su cota máxima, lo que explica la reaparición del pueblo hundido hace 45 años. El biólogo Enrique Bucher, profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y director del equipo que elabora el plan de manejo del Parque Nacional Ansenuza, explica que este fenómeno ocurre por dos factores: la caída marcada de lluvias en toda la región, asociada a los cambios climáticos recientes, y la extracción cada vez más intensa del agua para riego en la cuenca superior del río Dulce, al norte de la laguna, un elemento que, dice, “no está muy claro en la conciencia local”.

Un arbol petrificado por la sal queda expuesto por la bajante extrema de la laguna.
Un arbol petrificado por la sal queda expuesto por la bajante extrema de la laguna. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

“Mar Chiquita está seriamente amenazada independientemente de cambios climáticos por esta extracción para riego sumamente importante, que se está acrecentando”, sostiene. En este momento, explica, hay una empresa china desarrollando canales de irrigación para varias decenas de miles de hectáreas. “Son dos factores claves que afectan el nivel. Uno percibido por la sociedad y otro, no”, insiste.

Matías Michelutti, miembro del Grupo de Conservación del Flamenco Alto Andino (GCFA) y guía de turismo, explica que hoy la laguna ronda las 300.000 hectáreas, unos 50 kilómetros por 90 kilómetros. Su tamaño con todo el caudal es de 100 kilómetros por 90 de este a oeste, unas 600.000 hectáreas. “En 2003 llegó a un millón de hectáreas”, puntualiza Michelutti.

Mapa antiguo perteneciente al Museo Fotografico.
Mapa antiguo perteneciente al Museo Fotográfico.

 

La laguna se encuentra protegida por el flamante Parque Nacional Ansenuza. Son 661.416 hectáreas que, junto a los Bañados del Río Dulce, conforman un enorme humedal fundamental para la conservación de la biodiversidad.

Alberga el 66% de todas las aves migratorias y playeras registradas en la Argentina; es hábitat de 350 especies y el paraíso de los flamencos australes. El último censo realizado en 2022 por el GCFA, arrojó la presencia de 350.000 ejemplares en la laguna y alrededores. Desde 2007, la población no dejó de crecer. “Es el sitio con mayor concentración de flamencos de América”, explica Michelutti.

La inundación

La familia de Juan Bergia, de 74 años, perdió su casa y un emprendimiento en las inundaciones. “La laguna nos comió más de 100 metros del Camping Los Sanavirones. Hicimos de todo para pararla y un día le dije a mi hermano: ‘Basta, no le podemos pelear más’”, cuenta.

Bergia recorre el viejo pueblo donde se encontraba el 90% de la infraestructura turística que se tragó el agua y dice que no le tiene rencor, a tal punto que espera que sus cenizas vayan al “mar” al morir. La laguna se llevó 37 manzanas con sus 102 hoteles y hosterías, 198 casas, 65 negocios, el complejo termal, el casino y el anfiteatro de 480 butacas y 120 mesas, pero ninguna vida.

Juan Bergia (74) recorre las ruinas de la ciudad antigua, dónde se encontraba su casa.
Juan Bergia (74) recorre las ruinas de la ciudad antigua, dónde se encontraba su casa. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

“¿Cuál es la sensación de ver esto? Nada, aprendí a no quejarme de las cosas. Atravesamos situaciones económicas muy buenas y muy malas. La vida ha sido generosa en parte conmigo y en parte no”, asegura. Y aunque dice que tuvo oportunidades par irse a trabajar al sur argentino e incluso a Roma, dice que optó por quedarse en el pueblo. Es uno de los 1.600 habitantes que no se marchó. Pero la mayoría se fueron. La inundación provocó un éxodo del 70% de sus pobladores que había antes de la inundación. “Nos quedamos sin turismo por 30 años”, explica Daniel Fontana, de 61 años, hoy dueño del Hotel Miramar. El hombre se dedicaba a la peletería hasta que la última inundación del 2003 arrasó con su fábrica.

En la década de 1970 y 1980, Miramar también era la meca de las pieles de coipos o falsas nutrias que se exportaban a Rusia. Egidio León, dueño de uno de los dos criaderos que quedan, recuerda que había 200 peleterías y cinco curtiembres.

La ilusión de regresar

Mirta Bianciotti terminó de construir su casa en la planta alta de su negocio en diciembre de 1977, pero en marzo tenía 70 centímetros de agua. “Salíamos por los techos y mi cuñado buscaba a los chicos para ir a la escuela en piragua”, cuenta.

Las ruinas de la ciudad antigua, vuelven a emerger por causa de la bajante extrema de la laguna.
Las ruinas de la ciudad antigua, vuelven a emerger por causa de la bajante extrema de la laguna. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

Al igual que la mayoría, Mirta pensó que el agua bajaría pronto. “Decíamos: ‘Acá no va a llegar’, pero llegó y pasó dos o tres cuadras más. Es terrible, sentís un dolor acá como cuando le pasa algo a tu mamá”, dice señalándose el pecho. “Hemos vivido tiempos muy duros”. Ella también se quedó en el pueblo y no se arrepiente. En los años 90, comenzó a construir alojamientos para turistas pensando en el resurgimiento de Miramar.

Daniel Fontana recuerda con tristeza a la gente grande que se quedó sin nada. “Muchos partieron de este mundo con grandes penas”, lamenta. Aunque cree que la laguna que “siempre da y siempre quita”, se lleva más de lo que deja. “Cuando la laguna creció y se diluyó la concentración de la sal, volvió el pejerrey”, grafica.

Lidia Castellino opina que el “mar” marca el compás de la vida. “Yo lo he visto llorar a mi papá y recuerdo mucho su tristeza cuando perdimos todo, pero nos inculcó la esperanza. ¿Qué le íbamos a decir a la laguna? Entonces, ahora nos tendríamos que enojar con ella porque se está retirando”, opina.

La implosión

La ciudad sumergida fue demolida el 15 de septiembre de 1992 por cuestiones de seguridad y también con la intención de derribar ese pasado triste. Ahora, con la sequía, aquel Miramar que desapareció durante décadas está reducido a montañas de escombros.

Regla para medir la altura de la laguna quedó completamente expuesto por la bajante extrema.
Regla para medir la altura de la laguna quedó completamente expuesto por la bajante extrema. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

El Ejército se encargó de implosionar toda la infraestructura bajo las aguas. La iglesia Virgen del Valle también se demolió y fue el cura de entonces el encargado de activar el detonador.

La historiadora Mariana Zapata considera que la demolición fue dolorosa pero necesaria para el resurgimiento del pueblo. “Era levantarse y ver la historia de vida de cada uno debajo del agua, un esqueleto emergiendo de la laguna”, señala. Pero con cada detonación, para los vecinos era inevitable pensar quién se habría quedado sin hogar.

Mirta Bianchiotti vio cuando estalló su casa. “El corazón se te aprieta, no sabés qué hacer. Aunque yo estaba conforme con las detonaciones porque esas casas hundidas daban un aspecto muy triste, nos tapaban la vista del mar y las puestas de sol que son impresionantes”, señala.

La historiadora Mariana Zapata recorre las ruinas de la ciudad que emerge por causa de la bajante extrema de la laguna.
La historiadora Mariana Zapata recorre las ruinas de la ciudad que emerge por causa de la bajante extrema de la laguna. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

Juan Bergia cree que la demolición fue un capítulo que se cerró. “No había nada que hacer”, remarca.

Gerardo Cuello, de 56 años, tenía 11 durante la inundación del 77. “Caminar por ahí da nostalgia, refresca cosas que habían pasado al olvido”, dice. La última vez que visitó las ruinas fue a buscar la cancha de bochas de su infancia. No encontró rastros. “Todo es recuerdo”, asegura.

Cuando Lidia Castellino observa su antigua vivienda sobre la calle Alberdi hecha añicos, la envuelve cierta melancolía. Cuando emergió fue a verla. Cuenta que descubrió el color de su habitación y la casa le pareció más pequeña de lo que recordaba. “Ahora que se ha retirado el agua, es volver a vivir eso con nostalgia y recuerdos”, asegura.

La demolición significó de algún modo el punto de largada para el renacimiento. Pero en 2003 se volvió a inundar, con mayor volumen de agua pero menos daños. Se perdieron un centenar de viviendas y se fijó la cota máxima de la laguna para ordenar la edificación y evitar nuevos desastres.

Las ruinas de un Hotel quedan expuestas por la bajante extrema de la laguna.
Las ruinas de un Hotel quedan expuestas por la bajante extrema de la laguna. SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

 

En esa ocasión, el agua también cubrió los sótanos del monumental Gran Hotel Viena (hoy museo), que quedó como testigo de otros tiempos. La guía del museo Patricia Zapata explica que fue construido por una familia alemana-austríaca entre 1940 y 1945 y que habría servido como refugio de jerarcas nazis después de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy Miramar ha vuelto a ser una ciudad turística con 219 hoteles y alojamientos de diferentes categorías y 1.800 plazas en campings. Recibe más de 10.000 visitantes en el verano.

 

Fuente: El País

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mondino no se va
La oscura influencia de la bananera norteamericana United Fruit Company
Las ‘empanadas de la libertad’: un inesperado desafío al gobierno venezolano