Por: Juan Carlos Fola
Cambio de carta en el restaurante ubicado dentro del Club Belgrano. Un lugar ya no tan secreto, donde el ossobuco braseado con puré de papas cremoso es el «Rey». Ves pasar los platos por el salón rumbo a las mesas, se te van los ojos y comenzás a producir saliva como el perro de Pavlov.
Y esto no es todo, la carta exhibe platos muy generosos a precios increíbles. Un logro de Micky Sosa, que logró transformar La Casona de Belgrano en un «best buy» absoluto.
Miguel Ángel Sosa pasó por el Hotel Hilton, en España trabajó en el Hotel La Mola, el Arts Barcelona y el Hotel Rey Juan Carlos I. Y, previo a abrir sus propios emprendimientos en Hurlingham (La Casona del Retiro y 1980 Parrilla de Culto), fue gerente de Operaciones de La Cabrera y participó de las aperturas de los locales de Manila y Lima.
Miguel Ángel Sosa es un experto en transformar los restaurantes de clubes en propuestas gourmet, como lo ha hecho con La Casona del Retiro, en Hurlingham.
Esta vez le tocó hacerse cargo del área gastronómica del Club Belgrano, uno de los más tradicionales en el norte de la ciudad, que se fundó en 1909 en la calle Vuelta de Obligado y que, una década se mudó a la actual locación entre las calles José Hernández, Arribeños, La Pampa y Virrey Vértiz. Esta propiedad se adquirió en 1926.
El restaurante también está abierto a no socios, para lo cual hay que hacer reserva e ingresar al club por la calle Arribeños, donde está la garita de vigilancia. Caminando unos 50 metros y, luego girando a la derecha, se ingresa al restaurante con su elegante salón que recuerda a otras épocas del país donde abundaban las reminiscencias europeas.
Si hay un plato emblemático en este lugar es el «Ossobuco del Rey» (es decir «hueso con agujero», cuyo interior nosotros siempre hemos llamado caracú). Y es casi increíble, pero nos cuenta Micky Sosa que vende entre 20 y 30 por noche.
Y eso es fácilmente comprobable, por cuanto uno ve pasar a los mozos con el plato en el cual el hueso está erguido casi hasta lo infinito y debajo está la carne braseada durante más de seis horas, que alcanza para tres personas o quizá más, sobre un puré cremoso de papas.
Este plato no es precisamente nuevo en la carta, pero es un éxito rotundo. Y, a no dudarlo, creemos que La Casona de Belgrano vende más ossobuco que nadie.
La degustación de entradas comenzó con las empanadas de matambre cortado a cuchillo con su yasgua picantita (el chef sabe, por experiencia anterior, que la empanada no puede faltar en nuestra comanda).
Luego nos fue llegando a la mesa una sucesión de platitos, como las croquetas de espinaca y parmesano con crema de remolacha; el Revuelto Gramajo «no ortodoxo» pero muy original y sabroso, que lleva papas pay, huevos, morrones, verdeo y crema de arvejas; provoleta rebozada en panko, babaganush, morrones quemados y polvo de aceitunas negras.
Y, finalmente, muy recomendable (casi obligatorio) el paté al estilo foie gras, delicioso en su textura, que sale acompañado de mermelada casera de ciruelas y sal en escamas.
Como la mesa era de 4 personas, hubo un ossobuco para compartir y en nuestro caso personal, el ojo de bife en su punto casi bleu y papas rústicas. No en vano, Sosa es un experto en carnes.
La verdad es que quedaron para una próxima visita algunos platos nuevos de la carta, como los canelones de pollo y puerro con ricota de búfala especiada, con salsa filetto; el raviolón de lomo al Malbec en su jugo; y el risotto de hongos de pino y aceite de trufa.
Otras opciones son el guiso de lentejas y cordero, ideal para los días de más frío; la hamburguesa de «Kobe» en pan de papas, con salsa romesco, cebollas confitadas y queso de cabra (no asustarse con el precio, en otros lugares sobredimensionados si se trata de carne de Wagyu); berenjenas a la parmesana en filetto intenso; trucha en croute de pistachos, y entraña napolitana con mozzarella, hongos, panceta y pesto.
Para el final, al ya conocido flan familiar para compartir, la gran opción es el affogato con crema de pistachos, helado de vainilla y café intenso. Además, tiramisú; americana de frutos rojos, y brownie irlandés.
El servicio ya funciona como relojito, después de varios meses desde la apertura. Y hay una carta de vinos nutrida y de precios razonables.
La Casona de Belgrano es un verdadero «best buy», de precios muy accesibles y una cocina de estilo porteño y los guiños que el chef le da a sus preparaciones según sus pasos recorridos en trabajos anteriores. Altamente recomendables.