Hace casi 20 años, el país prohibió que los desechos de comida terminaran en vertederos. Ahí, la mayor parte de estos se convierten en alimento para animales, fertilizantes y combustible para calentar los hogares. Descarga de residuos de alimentos en una instalación de procesamiento en Seúl. Credit…Chang W. Lee/The New York Times
Por John Yoon – Fotografía y Video por Chang W. Lee
Los desechos de alimentos son uno de los mayores contribuyentes al cambio climático, no solo por el metano sino también porque la energía y los recursos que se usaron en su producción y transporte también se desperdiciaron.
Desechos de alimentos son separados de las bolsas de plástico en las instalaciones de Goyang.
Aunque varias ciudades tienen programas parecidos, solo unos cuantos países, si acaso, hacen lo mismo que Corea del Sur a nivel nacional. Esto se debe al costo, comentó Paul West, científico principal de Project Drawdown, un grupo de investigación que estudia la manera de disminuir las emisiones de carbono. Aunque tanto las personas como las empresas pagan una pequeña cuota para desechar los desperdicios de alimentos, el programa le cuesta a Corea del Sur 600 millones de dólares al año, según el Ministerio del Medioambiente del país.
Sin embargo, West y otros especialistas afirman que debe ser emulado. “El ejemplo de Corea del Sur señala que es posible disminuir las emisiones a gran escala”, aseveró.
Sin embargo, el terreno montañoso del país limita la cantidad de basureros que se pueden construir y la distancia a la que pueden estar de las zonas residenciales. En 1995, el gobierno introdujo el reciclado obligatorio del plástico y el papel, pero las sobras de alimentos seguían enterrándose junto con los demás desechos.
El respaldo político para cambiar esto fue motivado por la gente que vivía cerca de los vertederos que se quejaba de los malos olores, señaló Kee-Young Yoo, investigador del Instituto de Seúl, una institución gubernamental, quien ha brindado asesoría a algunas ciudades acerca del manejo de los desechos de alimentos. Como los estofados son un alimento básico de la cocina coreana, aquí las sobras de los alimentos tienden a conservar un alto contenido de agua, lo cual implica olores más fuertes y mayor volumen.
“Cuando todo eso se iba al vertedero, liberaba una terrible pestilencia”, comentó Yoo.
Desde 2005 es ilegal enviar residuos de alimentos a los vertederos. Los gobiernos locales han construido cientos de centros para procesarlos. Los consumidores, propietarios de restaurantes, conductores de camiones y otras personas son parte de la red que los recolecta y los convierte en algo útil.
En Jongno Stew Village, un popular local para almorzar ubicado en el distrito de Dobong-gu en la zona norte de Seúl, la comida que más se vende es el estofado de abadejo y el kimchi jjigae, un plato hecho con repollo o col. Pero independientemente del pedido, Lee Hae-yeon, el propietario, sirve pequeñas guarniciones de kimchi, tofu, brotes de soya hervida y hojas de perilla marinada.

Lee tiene que pagar cerca de 2800 wons, poco más de dos dólares, por cada 20 litros de alimento que desecha. Durante todo el día, las sobras se tiran en una cubeta que hay en la cocina y, a la hora de cerrar, Lee la vacía en un contenedor destinado para eso que se encuentra en el exterior. En la tapa le adhiere una pegatina que le compra al distrito y que es una prueba de que ha pagado para la eliminación de esta comida.
Las empresas contratadas por el distrito vacían los botes en la mañana. Park Myung-joo y su equipo comienzan a pasar por las calles a las cinco de la mañana, quitan las calcomanías de los botes y vacían el contenido en el depósito del camión.
Alrededor de las once de la mañana llegan al centro de procesamiento de Dobong-gu, donde descargan todo el revoltijo.
Los residuos —huesos, semillas, conchas— se separan a mano. (La planta de Dobong-gu es una de las últimas del país en la que este proceso no está automatizado). Una banda transportadora lleva estos residuos a un molino, el cual los reduce a pequeños trozos. Se filtra cualquier cosa que no se pueda triturar con facilidad, como las bolsas de plástico, y luego se incinera.
Posteriormente, esto se mete al horno y se deshidrata. La humedad va hacia unas tuberías que conducen a una planta de tratamiento de agua, donde una parte se usa para producir biogás. El resto se purifica y se descarga en un arroyo cercano.
Lo que queda del desperdicio en la planta de procesamiento, cuatro horas después de que el equipo de Park lo ha dejado ahí, se tritura para convertirlo en el producto final: un polvo seco de color marrón que huele a tierra. Se trata de un complemento alimenticio para pollos y patos, rico en fibra y proteína, que se le regala a cualquier granja que lo quiera, señaló Sim Yoon-sik, gerente de este centro.
Dentro de la planta, los fuertes olores se pegan a la tela y al cabello, pero en la zona del exterior casi ni se perciben. Por todo el edificio pasan tuberías que purifican el aire mediante un proceso químico antes de que el sistema lo expulse.
Otras plantas funcionan de manera diferente. En el centro de biogás en Goyang, un suburbio de Seúl, los desechos de comida —casi 70.000 toneladas anuales— se someten a una descomposición anaeróbica. Se quedan hasta 35 días en tanques enormes mientras las bacterias hacen el trabajo de descomponer la materia orgánica y generar biogás, el cual consiste principalmente en metano y dióxido de carbono.
El biogás se vende a un servicio público local que afirma que se usa para calentar 3000 hogares de Goyang. Lo que queda de materia sólida se mezcla con virutas de madera para hacer fertilizantes que luego se regalan.

El sistema ha tenido otras deficiencias. Ha habido quejas dispersas; por ejemplo, en Deogyang-gu, un distrito de Goyang, los residentes de un pueblo contaron que en una ocasión el hedor procedente del centro de procesamiento era tan fuerte que no pudieron dejar las ventanas abiertas. Debido a las protestas de los vecinos, esa planta ha estado clausurada desde 2018.
Sin embargo, la mayor parte de las plantas de todo el país —a diferencia de los vertederos a los que básicamente están remplazando— no han provocado muchas quejas graves de los vecinos, por no decir ninguna. Las autoridades gubernamentales afirmaron que la mejora constante de la tecnología ha generado que las operaciones sean más limpias y eficientes.
También ha facilitado el proceso de eliminación de desperdicios para muchos. En los complejos residenciales de todo el país, los residentes reciben tarjetas para escanear cada vez que arrojan desperdicios de alimentos en un contenedor designado. El contenedor pesa lo que vierten; al final del mes reciben una factura.
A Eom nunca se le ha cobrado más de un dólar por el servicio. En abril pagó 26 centavos. Sin embargo, la factura mensual la hace ser más consciente de cuánto tira.
“Justo hoy, en el desayuno, les dije a mis hijas que tomaran justo lo suficiente para comer”, dijo.
Fuente: The New York Times
John Yoon reporta desde la redacción de The New York Times en Seúl. Antes trabajó para el equipo de monitoreo de coronavirus del diario, que ganó el Pulitzer por Servicio Público en 2021. Se unió al Times en 2020. @johnjyoon
Chang W. Lee es fotógrafo de The New York Times. Fue miembro del equipo que ganó dos premios Pulitzer en 2002: uno por Fotografía de Noticias de Última Hora y el otro por Fotografía Destacada. Síguelo en Instagram @nytchangster