20 mayo, 2024 19:48
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Bolsonaro se apropia de la derecha mesiánica de Brasil

Por JUAN ARIAS

‌Así como es inconcebible en Brasil una izquierda social sin Lula, también es impensable una derecha, y menos una extrema derecha mesiánica, sin Bolsonaro.

‌Fue el mesianismo de la Teología de la Liberación con sus movimientos progresistas y sociales lo que llevó en 2003 por primera vez a Lula al gobierno de la nación. Y nunca lo ha negado. Y durante sus tres periodos de gobierno ha presidido su despacho un inmenso crucifijo que él enseña con orgullo. Y fueron los millones de pobres, que en Brasil están anclados en masa en los movimientos religiosos, sean católicos, evangélicos o de cultos africanos, quienes buscaron siempre en las urnas a un nuevo Moisés bíblico.

Bolsonaro es hasta un caso doblemente curioso, porque se ha servido siempre de su condición de líder mesiánico para avanzar en la política. Bautizado católico, volvió a rebautizarse como evangélico en un lugar emblemático: en las aguas del Río Jordán, lo que le llevó a unir desde entonces hasta hoy las banderas de Brasil con la de Israel.

Todo ello es necesario para entender esa faceta mesiánica del extremista con su lema: «Dios, patria y familia», que acabó abrazando a los millones de evangélicos brasileños que también han adoptado las banderas de Brasil y de Israel a la vez. Y en el conflicto actual de la guerra de Gaza, Bolsonaro y sus huestes están al lado de Israel como se pudo observar en la manifestación del pasado domingo 25 a favor de Bolsonaro en São Paulo, donde hondearon juntas las banderas nacional y la de Israel.

‌En dicha manifestación de masas, el líder ultraderechista se presentó como un cordero más que como un lobo que deseara enseñar sus dientes. Fue una sorpresa.  Con un pie casi en la cárcel por su docena de procesos judiciales en curso, entre ellos la grave acusación de haber intentado un golpe de Estado, Bolsonaro gritó desde lo alto de un camión: “Lo que yo busco es la pacificación, es pasar a limpio el pasado, es buscar la forma de vivir juntos en paz, sin sobresaltos”. Parecía más bien Lula hablando que el feroz excapitán con su obsesión de golpe militar.

‌En realidad, dichas palabras que sonaban a anhelos de paz fueron seguidas por una petición envenenada: la de una amnistía general para las decenas de encarcelados, algunos ya juzgados y condenados, de entre los que fueron detenidos destruyendo las sedes de los tres poderes en Brasilia: las del Gobierno, del Congreso y del Supremo. En sus palabras quedó evidente que lo que pedía era un indulto también para él.

Inhabilitado para participar en unas elecciones hasta el 2030, Bolsonaro se siente desesperado sabiendo, como sabe, que según el parecer unánime de los comentaristas políticos, sigue siendo el único candidato de la derecha y sobre todo de la extrema derecha.

‌Lo acaba de revelar el hecho que en la manifestación del domingo pasado estuvieron presentes a su lado tres de los gobernadores más poderosos del país, entre ellos el de São Paulo, que se disputan la candidatura de la derecha en ausencia de Bolsonaro. Saben muy bien que ninguno de ellos quedaría elegido sin su bendición, aunque tuviera que llegar desde la cárcel.

‌Bolsonaro parecía hace sólo una semana un político aniquilado por docenas de acusaciones graves de golpismo, derrotado por su mayor enemigo Lula, al que apellida de comunista y demonio. Sin embargo, tras el órdago al convocar la manifestación nacional en la que se lo jugaba todo si fracasaba, hoy nadie duda que Bolsonaro, aunque acabe en la cárcel, seguirá siendo el líder de las derechas.

Días antes de la manifestación -hasta Lula confesó que a ella “asistió mucha gente”- Bolsonaro había sido convocado a declarar ante la policía. Se quedó mudo. No pronunció ni una palabra. Pareció su fin. Curiosamente, al día siguiente de la manifestación fue de nuevo convocado a declarar ante la policía. Se creyó que sería esta vez para pedirle cuentas del desafío que había lanzado en su discurso. Nada de eso.

‌Bolsonaro fue convocado por una vieja acusación pendiente de haber presuntamente maltratado a una ballena durante sus vacaciones en el mar, con su moto de esquí acuático. Esta vez, envalentonado por el éxito de la manifestación, habló y hasta hizo bromas con la policía. Les recordó que una ballena es muy grande y da miedo y que él simplemente se defendió. Estaba aún eufórico. Habrá que ver cuándo, algo que parece inevitable, acabará entre cuatro paredes.

 

Fuente: El País (España)

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