Por Kim Phuc Phan Thi (Fundadora de Kim Foundation International, que brinda ayuda a niños víctimas de la guerra)
Tal vez hayan visto la fotografía que me tomaron ese día, huyendo de las explosiones junto con otras personas: soy la niña desnuda con los brazos extendidos que grita de dolor. La imagen, tomada por el fotógrafo survietnamita Nick Ut, quien trabajaba para The Associated Press, se publicó en las primeras planas de los periódicos de todo el mundo y ganó un Premio Pulitzer. Con el tiempo, se convirtió en la imagen más conocida de la guerra de Vietnam.
Nick no solo me cambió la vida para siempre con esa fotografía inolvidable, también me la salvó. Después de tomar la foto, bajó la cámara, me envolvió en un cobertor y me llevó a toda prisa a recibir atención médica. Le estoy eternamente agradecida.
Al crecer, algunas veces desee que desapareciera, no solo por mis lesiones —las quemaduras abarcan una tercera parte de mi cuerpo y me causan un dolor intenso y crónico—, sino además debido a la humillación y la vergüenza de mi desfiguración. Traté de esconder mis cicatrices bajo la ropa. Sentí una enorme ansiedad y depresión. Los niños en la escuela me evitaban. Los vecinos sentían lástima al verme y, hasta cierto punto, mis padres también. A lo largo de los años, temí que nadie me querría.

Por definición, las fotografías capturan un momento en el tiempo. Pero los sobrevivientes en esas fotografías, en especial los niños, deben seguir adelante. No somos símbolos, somos humanos. Debemos encontrar trabajo, amor, comunidades que nos acepten, lugares para aprender y nutrirnos.
No fue sino hasta llegar a la adultez, después de exiliarme en Canadá, que comencé a encontrar la paz y a materializar mi misión de vida, con ayuda de mi fe, mi marido y mis amigos. Ayudé a crear una fundación y comencé a trabajar en países asolados por la guerra para brindar asistencia médica y psicológica a niños víctimas de la guerra, al ofrecerles, espero, la posibilidad de otras alternativas.
Sé lo que es que la ciudad donde vives sea bombardeada, que tu casa quede hecha ruinas, ver morir a tu familia y los cuerpos de civiles inocentes tirados en las calles. Estos son los horrores de la guerra de Vietnam grabados en incontables fotografías y noticiarios cinematográficos. Por desgracia, son las imágenes de cualquier guerra, de las valiosas vidas humanas dañadas y destruidas hoy en Ucrania.
En cierto sentido, también son las imágenes atroces de los tiroteos en las escuelas. Tal vez no veamos esos cuerpos, como lo hacemos en las guerras extranjeras, pero esos ataques son el equivalente doméstico de la guerra. La idea de compartir las imágenes del derramamiento de sangre, en particular de niños, puede ser insoportable, pero deberíamos enfrentarnos a ellas. Es más fácil huir de las realidades de la guerra si no vemos las consecuencias.
No puedo hablar por las familias de Uvalde, Texas, pero me parece que mostrarle al mundo las consecuencias de la destrucción de las armas de fuego de verdad puede enfrentarnos a esa realidad infernal. Debemos enfrentar la violencia con determinación y el primer paso es observarla.
Llevo las consecuencias de la guerra en el cuerpo. Esas cicatrices, físicas o mentales, no se olvidan nunca. Agradezco el poder de esa fotografía a los 9 años, tanto como agradezco la travesía de mi vida desde entonces. Mi horror —que apenas recuerdo— se volvió universal. Con el tiempo he llegado a sentirme orgullosa de haberme convertido en un símbolo de la paz. Me tomó mucho tiempo aceptarme como persona. Puedo decir, 50 años después, que me alegro de que Nick haya capturado ese momento, a pesar de todas las dificultades que me ha traído esa imagen.
Kim Phuc Phan Thi reside en Canadá y trabaja con la Fundación Internacional Kim, que brinda asistencia a niños víctimas de guerra en todo el mundo.
Fuente: The New York Times