Tras siglos de inundaciones, Venecia por fin ha levantado diques para salvarse de la marea alta.
Por Jason Horowitz y Emma Bubola – Fotografías y Video por Laetitia Vancon
Cuando subió la marea, a la medianoche, el ingeniero de un centro de comando situado en una isla artificial a orillas de la laguna de Venecia, Italia, oprimió una flecha de la pantalla que decía “Subir”. En las profundidades de las cuatro desembocaduras donde la laguna se une al mar, 78 diques gigantescos sujetos con bisagras al lecho marino se vaciaron de agua, luego se llenaron de aire y subieron a la superficie, donde contuvieron la crecida del mar como una línea defensiva de Legos amarillos flotantes.
Durante esa larga noche de noviembre, quienes se encargan de pronosticar las mareas altas en la ciudad tomaban café en una oficina ubicada junto al puente de Rialto, mientras miraban imágenes en vivo de las olas de seis metros que rompían al otro lado de los diques. En determinado momento, el nivel del mar al otro lado de los diques alcanzó más de 1,5 metros, el tercer nivel más elevado en más de un siglo de registros. Se trata de una cifra que, por lo general, dejaría varados a los venecianos y a los turistas, pondría en peligro sus vidas y hundiría la economía.
“Sin esos diques, sería una catástrofe”, afirmó Alvise Papa, director del centro de pronósticos de las mareas, quien creció rescatando las mercancías de la sombrerería de su padre cuando subía la marea y parecia que fluían manantiales a través de las grietas del suelo. “Pero ahora la vida es normal. Agradezcamos al dios de MOSE”.
Pero mientras Italia celebra su éxito contra todo pronóstico, la historia de MOSE —que tardó 50 años en construirse— y la de Venecia —unos 1500— aún se están escribiendo. MOSE se ha convertido en mucho más que un proyecto de ingeniería. Llegó a encarnar la ambición y el ingenio técnico de Italia, pero también su inestabilidad política, el mal gobierno, la burocracia, la corrupción, las deudas y el derrotismo a medida que se acumulaban los retrasos.
Ahora, aunque es aclamado como el centinela de la ciudad, MOSE podría permanecer como un monumento a la implacable naturaleza del cambio climático y a la ineficacia de los esfuerzos del ser humano para detenerlo. Los diques, que costaron 5000 millones de euros (cerca de 5300 millones de dólares), tardaron tanto en construirse que la velocidad del cambio climático ya está superando las proyecciones que debería enfrentar.



Los expertos advierten que un uso demasiado constante podría hacer que la laguna de Venecia se volviera un pantano fétido atestado de algas tóxicas, lo que convertiría los hermosos canales de la ciudad en cloacas apestosas.
En la actualidad, Venecia está a salvo, pero enfrenta un futuro de terribles retos porque el nivel del mar sube con mucha frecuencia por lo que la ciudad requerirá de una protección constante.
“En ese momento tendré que tomar una decisión”, comentó Papa. “¿Salvo la ciudad o salvo la laguna?”.
Una ciudad que se hunde
Venecia existe gracias al mar y a pesar de él. Desde su fundación, el agua la ha protegido y amenazado. Los venecianos siempre han tenido problemas para mantener un equilibrio entre ambas cosas.
Cuando, en el siglo V, los refugiados de tierra firme de Italia se establecieron por primera vez en los lodazales y los islotes de esta región, construyeron cimientos con pilotes de madera en el sedimento. Levantaron diques de la piedra blanca de Istria impermeable a la sal. Y transformaron la laguna para adaptarla a sus necesidades.
Con el paso de los siglos, las nuevas rutas comerciales de América y el ascenso de Napoleón despojaron a Venecia de su importancia geopolítica. Su poder disminuyó. Pero el agua no.
Venecia, que antaño fue un ejemplo del dominio del hombre sobre la naturaleza, pasó a ser conocida como un lugar que se ahoga. Venecia “se va hundiendo, como el alga marina, entre las olas de donde surgió”, escribió el poeta romántico Lord Byron. Thomas Mann hizo de la ciudad una metáfora de la decadencia en Muerte en Venecia.



Pero el nivel promedio del mar en Venecia ha aumentado casi 30 centímetros desde 1900. En los últimos 20 años, las mareas han superado 1,10 metros más de 150 veces.
Sin embargo, no solo se trata de que esté aumentando el nivel del mar, sino que Venecia se está hundiendo. Las placas tectónicas debajo de la ciudad se están acomodando de manera natural, un proceso que se aceleró en el siglo XX debido al bombeo de las aguas subterráneas para su uso en el puerto industrial de la ciudad vecina de Marghera.
Desde 1950 a 1970, Venecia se hundió casi 13 centímetros. El bombeo se detuvo desde hace mucho, pero la ciudad se sigue hundiendo cerca de dos milímetros al año.
Italia se enfrentó a una pregunta terrible: ¿Venecia podría salvarse?
Una solución elegante
Al reconocer “el aumento general del nivel del mar”, en 1970, el Consejo de Investigación Nacional lanzó una convocatoria a las empresas para que presentaran propuestas de cómo rescatar la ciudad.
Lo ideal era que hubiese diques que pudieran abrirse y cerrarse para detener la marea alta, pero que también permitieran que pasaran los barcos y que se conservara el intercambio natural de aguas entre el mar y la laguna.
Cómo funcionan los diques
Al desplegarse los diques, el agua de la laguna se mantiene a un nivel más bajo que el del mar Adriático.
Riva Calzoni, la empresa de Milán que propuso la idea ganadora, diseñó diques que se llenaran de aire y flotaran para contener las mareas altas y que luego se volvieran a llenar de agua para volver a bajar, una defensa segura pero casi invisible cuyo mantenimiento sería menos costoso que una estructura fija y expuesta.
Los diques se inflan con aire para subir y se llenan de agua para bajar.
Se controlan desde un centro de comando ubicado en una isla artificial. Pero nada ha sido sencillo en esta elegante solución.
A pesar de que la idea de MOSE era elegante por su simplicidad, la realidad era más complicada. Este proyecto acompañaría a Italia durante los siguientes 50 años.
En 1984, el gobierno subcontrató la construcción de MOSE a un consorcio de importantes empresas italianas y calculó que los diques entrarían en funcionamiento para 1995, pero fue hasta 2003 cuando el entonces primer ministro Silvio Berlusconi, un promotor de grandes obras públicas, puso la primera piedra. Entonces se calculó que el proyecto se terminaría para 2011.
Pero, en noviembre de 2010, un grupo de expertos todavía debatía qué metal debía usarse en las bisagras para fijar los muros sumergidos en el lecho marino.
En el Palazzo dei Dieci Savi, al pie del puente de Rialto, los funcionarios se reunieron en la sede del Magistrado de las Aguas, un antiguo organismo que supervisaba la vida acuática de Venecia. Rodeados de retratos de magistrados de siglos pasados, algunos expertos se rebelaron contra la presión política que sentían para dar su visto bueno a los aspectos técnicos.
MOSE se volvió una fuente constante de dudas y controversias. Una vez colocadas las bisagras, los críticos se preguntaban si se estaban oxidando bajo tierra y si un fenómeno físico llamado resonancia rompería los muros.
Con los años, una cultura de hermetismo, de prácticas empresariales sospechosas y de corrupción gubernamental se infiltró en el proyecto. En 2014, los fiscales de Venecia revelaron la existencia de un plan para sobrefacturarle al gobierno y sobornar a los políticos con el fin de que el proyecto, y el dinero público, siguieran fluyendo. Se arrestó a 35 personas, incluidos funcionarios importantes, entre ellos el magistrado.
“La última foto que se colgó”, dijo Valerio Volpe, el funcionario que ahora supervisa las obras públicas relacionadas con el agua en Venecia, mientras señalaba una foto en la sala de juntas, llena de retratos. “Porque, por desgracia, fue detenido”.
Después, de 2014 a 2018, se frenó el financiamiento público cuando el Estado, renuente a permitir más corrupción, analizó los gastos con sumo cuidado y muchas empresas involucradas en el escándalo se retiraron.
Una catástrofe anunciada
La noche del 12 de noviembre de 2019, un fuerte descenso de temperatura desencadenó lo que Papa, el meteorólogo principal, calificó como un “ciclón tropical atípico” que jamás se había visto en la zona.
“El viento se volvió loco”, dijo.
En su nivel máximo, la marea llegó a casi dos metros e inundó más del 85 por ciento de la ciudad, ocasionó la muerte de dos personas y dejó daños incalculables. En el hotel de cinco estrellas Gritti Palace, el agua subió desde el suelo, empapando sofás, sillas y alfombras. La tormenta se tragó un quiosco de prensa.
“Ya no estaba aquí”, dijo Walter Mutti, un vendedor. “El agua se lo llevó todo”.
Días después, el agua volvió a regresar alcanzando más de metro y medio, uno de los peores niveles en décadas.



La Plaza de San Marcos era una piscina enorme y profunda. El agua llegaba a las costillas de los políticos que vadeaban por ahí y a las bocas de los altos cubos de basura. De pie en la plaza, se podían sentir las corrientes. Toda la ciudad formaba parte de la laguna.
“Tuvimos que escapar”, dijo Enrico Pinzan, restaurador de mosaicos de la basílica de San Marcos, que había corrido a coger un precioso crucifijo de la cripta, donde el agua había atravesado un muro exterior y entraba a borbotones por las ventanas. Él y otros intentaron contenerla con sacos. Pero el agua era demasiado fuerte y empezó a atravesar los ladrillos.
Subiendo los diques
El fracaso al momento de detener las terribles inundaciones generó presiones políticas, una vigilancia de la comunidad internacional y la incómoda introspección a Venecia y toda Italia. Tenía que producirse un cambio.
En los días posteriores a la inundación, Mirco Angiolin, director del sitio en el centro de comando de los diques, lamentó que los diques estuvieran listos, pero que nadie estuviera a cargo de activar el sistema cuando era necesario.
“Necesitamos un jefe”, señaló.
Roma agilizó el nombramiento de Elisabetta Spitz, una alta directora del sector público, como la supervisora de MOSE.
Spitz señaló que el 3 de octubre de 2020, “tomó la decisión” de levantar los diques, no para responder a una crisis, sino para hacer una sencilla prueba. Los diques subieron con relativamente poco bombo y platillo cuando la atención de Italia estaba absorta, no en ganarle al mar, sino en romper la ola de contagio del coronavirus.
Desde entonces, Venecia ha estado protegida de los eventos de marea alta, pero algunas partes de la ciudad, que se inundan con niveles bajos, siguen estando peligrosamente expuestas.
Los especialistas que habían concebido MOSE calcularon que los diques tendrían que levantarse, en promedio, cinco veces al año para detener las mareas de aproximadamente 1,10 metros. Desde que MOSE comenzó a funcionar, hace cerca de dos años, los diques se han levantado 49 veces.
La última semana de marzo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, un organismo autorizado de especialistas reunidos por Naciones Unidas, señaló que era probable que la Tierra rebasara un umbral importante de calentamiento global en la próxima década. Según su mejor cálculo, el nivel del mar en Venecia podría aumentar casi ocho centímetros para fines de este siglo, si las emisiones son altas.



“Estaríamos hablando de abrir la laguna, no de cerrarla”, afirma Georg Umgiesser, científico del Instituto Marino del Consejo Nacional de Investigación de Italia.
Luigi D’Alpaos, profesor emérito de hidráulica de la Universidad de Padua y acérrimo crítico del proyecto, afirmó en su oficina decorada con mapas de la laguna que los muros constantemente levantados convertirían la laguna en “el pantano de Venecia”.



Los defensores de los diques manifestaron su frustración por las predicciones apocalípticas acerca de su efecto en un siglo, sobre todo porque gracias a MOSE ahora Venecia está mejor protegida que muchas otras ciudades costeras.
“Dentro de 50 o 100 años, ¿qué sabemos de cómo será la laguna?”, dijo Scotti, ingeniero jefe del proyecto. O, para el caso, añadió, qué tecnología habrá.
El alcalde de Venecia, Luigi Brugnaro, le ha solicitado al gobierno otros 1500 millones de euros durante diez años para proteger la ciudad.
En noviembre, los máximos responsables de Italia y Venecia inauguraron unas barreras de cristal —que uno de ellos calificó de “mini MOSE”— alrededor de la Basílica de San Marcos y sus relucientes mosaicos dorados. El patriarca de Venecia salpicó las barreras transparentes con agua bendita.
¿Venecia para quién?
Por ahora, los italianos celebran su éxito: para Venecia, para su país, quizá incluso para el mundo.
“Existe el proyecto de exportar MOSE como modelo internacional”, afirma Spitz, la gerente. Vender la propiedad intelectual a otras ciudades amenazadas por la subida del nivel del mar, argumentó, también podría ayudar a pagar los enormes costos de mantenimiento de MOSE, calculados en 63 millones de euros al año, además de los 200.000 dólares en energía y mano de obra cada vez que se levantan los diques.
Desde que MOSE empezó a trabajar, han subido los precios inmobiliarios de los departamentos bajos anegados, que ya estaban prohibidos en la República de Venecia.
Eran “perfectos”, dijo Spitz, “para un hostal”.
Todo esto plantea una pregunta: ¿cuál es la Venecia que está salvando MOSE?
La ciudad, antaño repleta de energía, creatividad e industria —y de venecianos—, ahora está en gran parte abandonada por los residentes, convertida en un parque temático flotante. Está llena de tesoros incalculables, pero cada vez más carente de vida real. Su adicción al turismo se ha convertido en un emblema de la transformación de Italia, que ha pasado de ser un lugar que hacía grandes cosas a ser un paraíso que se ve bien en Instagram.
La pregunta persiste: ¿para quién se salvará Venecia?
La ciudad, antaño repleta de energía, en gran parte ha sido abandonada por sus residentes. Su adicción al turismo la ha convertido en un fotogénico paraíso que retrata bien en Instagram. Por ahora, Venecia puede darse el lujo de contestar esas preguntas después.
Los gerentes de los cafés que se inundaban con frecuencia hablaban de una “transformación”, los guías turísticos explicaban a los estadounidenses con ponchos que “si no fuera por MOSE”, la ciudad estaría inundada, y Lucia Montan salía del puente de Rialto con una bolsa de mano adornada con un gráfico de los diques amarillos. “Es una sensación maravillosa”, dijo. “Por fin estamos a salvo”.
En el centro de pronósticos, llegaron mensajes del portavoz del alcalde burlándose de todas las personas que habían protestado contra MOSE. Los colegas de Papa atendían una línea telefónica de ayuda y escuchaban a ancianos y personas con discapacidad venecianas que preguntaban si el récord de marea alta inundaría sus casas.
“MOSE está arriba”, respondió un trabajador, Alessandro Tosoni. “No hay ningún problema”.
Fuente: The New York Times – Producido por Mona Boshnaq
Jason Horowitz es el jefe de la corresponsalía de Roma; cubre Italia, el Vaticano, Grecia y otros sitios del sur de Europa. Cubrió la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, el gobierno de Obama y al congreso con un énfasis en perfiles políticos y especiales. @jasondhorowitz
Emma Bubola es una reportera residenciada en Londres. @EmmaBubola