Parecidos. El Napoleón de Ridley Scott, interpretado por Joaquín Phoenix. Cedoc
Inevitable: cualquier jefe de Estado, cuando visita París, se encomienda a Napoleón. Mucho más aquellos tocados por la historia o que, sienten, la historia los ha tocado a ellos. Javier Milei encaja en ese perfil y se agrega para anudar esos criterios una definición crítica de los ingleses sobre la personalidad del corso: “No se puede entender a un hombre tan inmenso y tan maleducado al mismo tiempo”. Comentario repetido que lo acompañó toda su vida al emperador, inclusive hasta su muerte envenenado por la envidia y la pócima de sus vencedores.
Ese tratamiento descortés que puede identificarlos, sin embargo, no responde a un mismo origen: en Napoleón se apreciaba la amargura por ser un insistente cornudo público y un obsesivo por tener un hijo que garantizaría el poder absoluto, sugestión que le impuso el pícaro y siniestro consejero Tayllerand. En cambio, el argentino siempre renegó de la descendencia propia y, por el momento, la altura de sus romances conocidos le han preservado una fidelidad perruna. En apariencia, claro.
No es la única comparación entre la grandeur de Francia y la visita al Sena de Milei para el inicio de los Juegos Olímpicos. Si uno recurre al descartable film sobre Napoleón de Ridley Scott (aquí vale lo de los ingleses sobre la mala educación: no se puede encerrar una vida monumental en una cápsula cinematográfica), podrá encontrar otra coincidencia al margen de la familiaridad para exaltarse e insultar a sus enemigos: la semejanza en el rostro y actitudes del actor Joaquín Phoenix con el Ejecutivo argentino cuando aparece calzado con el famoso bicornio del conquistador que, al ser colocado de costado, le permitía a su tropa ver la acción de su jefe en la batalla.
Raro que todavía ningún opositor haya advertido ese parecido fotográfico para señalar la locura implícita en la imagen y, por otra parte, sin comprobación de ningún tipo (salvo el economista y amigo Juan Carlos de Pablo salió a precisar en un artículo que Milei no está loco, observación no requerida y menos beneficiosa para el mandatario, a pesar de la buena voluntad del autor). Tampoco hay que creer demasiado en la similitud del carácter del histórico francés con Milei por la simple observación del film: ni Phoenix es creíble, camina como si fuera el Joker enemigo de Batman y no un egresado del Colegio Militar, al tiempo que cada vez que se lo ve comiendo, nunca el Napoleón gordo de ficción arrasa con un pollo, cuando todo el mundo sabe que se comía uno al mediodía y otro a la noche.
Aunque no consiga créditos de colegas y empresarios con los que se reúne, Milei en estas giras internacionales sobresale en la uniformidad presidencial del resto y vende –tarea en la que contribuye su asesor Santiago Caputo, más vendedor que asesor comunicacional, como todos los expertos en esa materia– un promisorio futuro, inclusive hasta la eventualidad de un crédito del FMI antes de fin de año. No se sabe, claro, si habrá de concretarse ese imprescindible aporte con la presencia del chileno Rodrigo Valdés en el organismo, funcionario a quien Milei le ha reprochado aversión no solo contra él, sino contra la Argentina, arrojando al piso el bicornio imaginario como hacía Napoleón a menudo.
Tanta indignación seguramente es obra de algún asesor que tuvo relaciones enconadas con Valdés en el pasado, en el sector privado, más que el irritable hígado del propio presidente, quien a veces compra las desavenencias de otros y hasta exagera en las repuestas: como maltratar al chileno por suponer que pertenece a una logia marxista internacional y que persigue la devaluación del peso como un fin para derribar los éxitos antiinflacionarios del gobierno argentino. Derecha contra izquierda, casi absurdo. Ego contra ego, más semejante.
Justo cuando Caputo y Bausili emprenden la emisión cero casi absoluta para ese fin, el de la reducción brutal del índice hasta rozar el cero antes de concluir 2024. Eso significa, de tener éxito, que el peso será caviar y no un excremento. Va contra las gastronómicas normas desagradables que hasta hace poco proponía Milei.
El anuncio de la colaboración del FMI debería sosegar a los expectantes mercados que esta semana, como atrevidamente se anticipó en estas columnas, han operado con tranquilidad cambiaria en una suerte de “veranito” cuya duración podría extenderse durante el mes hasta un punto crítico: suele ser costumbre que a mediados del tercer trimestre en el país se genere una sequía de dólares intolerable. Tiempo de espera y las fotografías del ministro de Economía con Georgieva y Yellen indican una aparente colaboración. Uno dice “aparente” porque Sergio Massa, en su momento, tuvo una colección de fotografías con la misma intención, aunque justo es admitir que entonces le dieron más de lo que ahora le brindan a Milei y eso que no ajustaba fiscalmente.
Una de las ideas en ciernes es que los acreedores privados podrían comprometerse aún más en el crédito a la Argentina siempre que, a su lado, aparezcan instituciones multilaterales que acompañen esa voluntad. Ese es el rol del FMI al que el gobierno argentino pretende asignar, cabeza de un empréstito con determinadas obligaciones del país que oscile entre 10 mil y 20 mil millones de dólares. Con esa cifra el “veranito” del dólar podría extenderse, más bien sería obligatorio por el ascenso del peso, y el contagio aplacaría los focos rebeldes del riesgo país, hoy insalvables. La idea de un país subdesarrollado con moneda fuerte parece la consigna: por supuesto, es la visión optimista de quienes son optimistas, de los cercanos al emperador de la República como Napoleón, quien perdió algunas cruzadas por empecinamiento personal (Rusia) o Waterloo por algunas demoras imprevistas. Pero eso fue la guerra, no la escaramuza económica que hoy vive la Argentina.
Fuente: Perfil