El oficialismo sufrió duras derrotas en el Congreso que dejaron al desnudo lo endeble de su relación con las fuerzas políticas dialoguistas, pero también quedó expuesta la grieta que atraviesa al partido que fundó el expresidente.
La primera aclaración a hacer es que el objeto de análisis de estas líneas está relacionado con lo sucedido en Palacio -Casa Rosada, Olivos y el Congreso- y no en las calles o en la economía cotidiana, porque en estos ámbitos el plan Milei es una catástrofe.
Día a día, millones de argentinos se enfrentan a caída de ventas, paralización de la producción, pérdida de empleo, licuación de salarios y otros males. Mientras se escriben estas líneas hay una miríada de usuarios recibiendo facturas de luz y de gas que son literalmente impagables. Por supuesto que la relación entre el palacio y la calle existe. Esta transferencia de recursos de los sectores medios y bajos a los más ricos de la sociedad está en el núcleo del programa libertario, pero es fuente también de las turbulencias políticas.
El rumbo es innegociable porque a eso llegó Javier Milei al poder: a consolidar un proceso que se instaló con muchas fuerza en 2015 y se continuó en el fallido gobierno de Alberto Fernández. La profundidad de la crisis que se avecina puede no tener precedentes y es lo más preocupante, pero nos ocuparemos del reflejo más superficial del asunto, que es la lucha del oficialismo por conservar la agenda y la impronta política en una mala semana.
En este sentido, por primera vez en meses, el Gobierno perdió la iniciativa en el Congreso y eso se vio reflejado en la designación de Martín Lousteau al frente de la comisión bicameral de seguimiento de los organismos de inteligencia, el rechazo en la Cámara de Diputados del DNU que ampliaba los fondos reservados de la SIDE, la aprobación en el Senado de una nueva fórmula de actualización jubilatoria que el presidente promete vetar y las turbulencias internas, tanto en el seno de La Libertad Avanza como en la relación con el ex presidente Mauricio Macri.
En efecto, todos los aliados -con los que la gestión Milei construyó mayorías parlamentarias para avanzar en su plan de destruir el Estado y cambiar del modo más regresivo posible todas las relaciones sociales de nuestro país- esta semana le dieron la espalda. El variopinto bloque Encuentro Federal, que lidera a duras penas Miguel Ángel Pichetto y el radicalismo fueron los primeros en instalar debates en los que el oficialismo sabía que perdería.
Pero el golpe de gracia vino con la decisión de Mauricio Macri de presionar a sus diputados y legisladores para que voten en contra del Gobierno. Ya volveremos a esto pero, llegados a este punto, no se puede escapar del análisis que la narrativa oficialista crujió con fuerza en estos días. Es que no parece ser una tarea sencilla justificar el incremento de fondos reservados, que son utilizados de modo sistemático y espurio para incidir en la política, en nombre de potenciales amenazas terroristas y al mismo tiempo tratar de degenerados fiscales a quienes votan para que los jubilados pierdan un poco menos de poder adquisitivo. Mantener unidas a las voluntades de los bloques legislativos en medio de estos tironeos políticos, tampoco.
La oposición dialoguista le dio la espalda a Milei
Casi desde el inicio de su carrera política, existe una dificultad extra para mensurar las capacidades políticas de Javier Milei y su séquito. La dicotomía “genio o idiota” ha sobrevolado las valoraciones de quienes por momentos lo han menospreciado y, por eso, quizás hoy lo sobrevaloren. Lo que sí está claro, luego de nueve meses de gestión, es que el liderazgo obsesivo y cotidiano, la búsqueda de consensos y la negociación, no son lo de él, ni de ninguno de sus colaboradores. Los mayores éxitos del oficialismo se lograron cuando se delegó en los bloques dialoguistas la búsqueda de consenso, con muchas promesas a cambio.
Como esas promesas se han cumplido a cuentagotas, las alianzas se empantanaron. Eso es lo que se vio esta semana en el Congreso. El radicalismo, Encuentro Federal y el PRO, otrora aliados, le dieron la espalda a Milei. En el caso del PRO, la personalidad sinuosa de Mauricio Macri se vio en todo su esplendor. El martes presionó a sus diputados para que rechacen el DNU de inteligencia, el miércoles se reunió con Milei y le pidió lugares para los suyos en el Gobierno, el jueves ordenó a sus senadores que voten la fórmula jubilatoria y el viernes apoyó el veto presidencial a eso mismo que él promovió. Tamaña intensidad política tuvo como objetivo mostrarle al Presidente que la gobernabilidad requiere de acuerdos, incluso con quienes se busca dejar atrás pero también, algo más.
Macri sabe, como Milei y Patricia Bullrich, que la masa más importante de votantes del macrismo hoy acompaña a La Libertad Avanza. Lo que el expresidente buscó mostrar -y casi lo logra- es que los votos no son la única fuente de poder. El masivo acatamiento a sus órdenes por parte de los legisladores amarillos fueron una señal inocultable.
El problema quizás surja de la excesiva ambición o el personalismo. Los dos tuits en los que Macri desautorizó a sus senadores por votar como él les pidió parecen ser mucho hasta para un bloque con mucha disciplina. El enojo de Luis Juez y otros muestra que, probablemente, Macri hizo una de más. Eso, en una semana tan mala, abre un nuevo camino para los libertarios.
Sobre todo, para negociar con un Macri que mostró fisuras cuando se creía en modo Dios. Como corolario, se puede señalar un hecho inédito que se dio esta semana: Milei se atrevió a criticar, o al menos traslucir diferencias, con los dos dirigentes que más dolores de cabeza le traen. En sendas entrevistas, cuestionó al líder del PRO por “no poder controlar a la propia tropa” y deslizó que la vicepresidenta Victoria Villarruel tendría responsabilidad en la visita de legisladores a genocidas con un lapidario “esa no es mi agenda”.
Fuente: C5N (Marcos Cittadini)