La cumbre de la OTAN en Madrid apunta a un alineamiento europeo con los intereses nacionales de EEUU en detrimento de la autonomía europea
El 8 de julio de 1997, durante su intervención en la jornada de apertura de la Cumbre de la OTAN de Madrid, el presidente estadounidense Bill Clinton, calificó de «gran paso adelante» la decisión de admitir a Polonia, República Checa y Hungría en la Alianza. La respuesta de Moscú fue que se trataba de «posiblemente el error más grande desde que terminó la Segunda Guerra Mundial».
En el mismo escenario, 25 años después, las tornas han cambiado. Serguei Lavrov, todopoderoso ministro de Exteriores Ruso, ha pronosticado «un telón de Acero» de nuevo en el continente, y el presidente norteamericano, Joe Biden, hablando de la invasión de Ucrania, quizás el mayor error estratégico ruso desde 1945 en Europa, replica: «Putin quería la finlandización de la OTAN y se ha encontrado la ‘otanización’ de Finlandia».
El último cuarto de siglo está marcando por el auge y caída de un sueño, el de la reconciliación, entendimiento y posible cooperación entre Occidente y los herederos de la Unión Soviética. A Madrid no acudió entonces Boris Yeltsin, pues consideraba una «humillación» el avance de la OTAN hacia el Este. Pero, poco antes, se había firmado el Acta Fundacional de las relaciones entre ambos bloques, un documento histórico en el que se pronosticaba «una paz duradera e integradora».
No era un papel con amplios compromisos jurídicos, pero sí una declaración política gigante, en la que enemigos históricos se comprometían a empezar a mirarse y tratarse como buenos vecinos. Durante años aspiraron a que las hostilidades fueran cosas del pasado e, incluso, en 2010, en Lisboa, la Alianza calificó de «socio estratégico a Rusia», representada allí por el presidente Medvedev. Pero era un espejismo.
Para dilucidar lo que pasa hoy, la Cumbre de la OTAN, la declaración política y el nuevo Concepto Estratégico, que vuelve a señalar a Rusia como «la principal amenaza directa», es inevitable mirar a lo ocurrido desde el 24 de febrero en Europa, fecha del inicio de los bombardeos, pero, para entenderlo de verdad, es indispensable ampliar el marco a hacer 25 años. Ahí está todo, desde las relaciones con el rival-socio-enemigo del Este a las propias cuitas internas en la Alianza (antaño Reino Unido sobre Gibraltar, ahora Bulgaria con Macedonia del Norte o Grecia con Turquía), con el recelo histórico de algunos miembros ante el excesivo poder, influencia y abuso de Washington en cada paso.
En aquella cita, por cierto, estuvo Ucrania, que firmó un acuerdo de colaboración con la Alianza, pero desde la distancia. El entonces presidente, Leonid Kuchma, se posicionó en contra de una «expansión revolucionaria de la Alianza» al Este, criticó la posible entrada de Rumanía y dejó clara su postura: «lo mejor es que mi país sea un Estado no alineado», indicó.