Para Bolsonaro, la situación es mucho más compleja, dado el rechazo que ha cosechado en las encuestas. Su principal y más evidente ataque fue contra el electorado de bajos ingresos y la llamada clase media baja.
Reinventó el «Bono Familia» de Lula como «Auxílio Brasil», además de promover una serie de beneficios ocasionales para categorías aliadas, como los camioneros.
Más importante aún, intervino en la política de precios de Petrobras para lograr reducciones sucesivas en el valor de los combustibles.
Pero esto no funcionó entre los más pobres, que ganan menos de 2 salarios mínimos, aunque tuvo éxito en el segmento inmediatamente superior.
Ahora, los observadores se preguntan si hay alguna medida para sacar de la manga, como siempre las hay en las oficinas de Brasilia, pero la duda sobre la efectividad posible está instalada. En el otro extremo, el de la imagen, durante toda la disputa Bolsonaro mantuvo su campaña contra el sistema electoral, además de insistir en las insinuaciones golpistas y un apoyo que no tiene en el servicio activo de las Fuerzas Armadas para los gestos de ruptura. Lo que no significa que no pueda intentarlo, sobre todo siguiendo el manual de sedición que le dejó su ídolo, el expresidente estadounidense Donald Trump.
Según el guión, a la negativa de las urnas le seguiría un levantamiento bolsonarista en las calles, cuyo ensayo habría tenido lugar en las manifestaciones del 7 de septiembre. El diseño no es fácil de ejecutar, aunque los episodios de violencia a lo largo de la campaña muestran que hay lugar para mucha confusión. Bolsonaro tuvo la mirada puesta en los votantes centristas más conservadores que se adhirieron a él en nombre del antipetismo y la antipolítica predominantes en 2018.
El problema de Bolsonaro es la distancia y solidez de su rechazo, que siempre ha estado por encima del 51% desde que la encuestadora Datafolha empezó a medir esta contienda, en mayo del año pasado. En la encuesta publicada el sábado (1ro), ese rechazo estaba en 52%, un Everest político para ser escalado en una ventisca.
Para Lula, mantener la distancia le bastará, aunque también lidia con un voluminoso rechazo, en torno al 40%. Su desafío será responder con mayor contundencia a lo que se le ha escapado a lo largo de la campaña: lo que realmente hará en términos económicos y en relación con el Poder Judicial.
Una buena prueba, si gana, será la elección de dos nombres para componer la economía en 2023. Antes de eso, sin embargo, Lula tiene que llegar allí. Su camino parece menos accidentado que el de Bolsonaro, pero la historia política reciente de Brasil aconseja prudencia antes de los pronósticos, como muestra el desempeño del bolsonarismo en todo el país este domingo.
Un carioca desconocido en São Paulo, Tarcísio de Freitas (republicanos), desplazó a 27 años del PSDB en el poder en la segunda vuelta contra el PT. En Río, el bolsonarismo es reelegido en la figura de Cláudio Castro (PL), y el filobolsonarista Romeu Zema (Novo) logra lo mismo en Minas, cerrando así el cuadro en el Sudeste, la región más poblada del país.
Fuente: A Folha de Sao Paulo – O Globo