LEONARDO RODRIGUEZ BRUNO
Flamengo se paró en campo de un Vélez que estaba muy retrasado, demasiado peligroso ante el poderío brasileño. Tampoco le quedó otra, porque el Fortín le cedió la posesión o no le quedó otra que correr detrás de la pelota. Desgastante. Es que hay una realidad incuestionable: Flamengo, el equipo más popular de Brasil, se armó para volver a ganar el título con una gran inversión económica que supera ampliamente el presupuesto de cualquier club del fútbol argentino. Si en el banco de lujo, encima, estaban Everton y Arturo Vidal… Y Vélez, en cambio, trajo a Diego Godín, tocado, y ni siquiera lo pudo tener en el banco de suplentes. Desde la billetera, ya lo ganaba el Fla.
Los brasileños ni se inmutaron. Jugaron como si estuvieran sobre un billar, con precisión y eficacia. Con determinación y sabiduría. Con experiencia y sin desesperación. (Incluso Gabi se divirtió tirando un sombrero en el área en el gol de Everton Ribeiro). Todo lo que le faltó al Fortín.
Este Vélez se pareció más al de la Liga Profesional, donde no consigue sumar de a tres hace una eternidad, que al que eliminó a River y a Talleres. Le costó una enormidad provocarle peligro al Mengao. Apenas un remate de Janson (el máximo anotador del Fortín en la historia de la Copa -lleva 10 tantos en 19 partidos-) y un tiro libre de Orellano que pegó en el palo (en el rebote sobre la línea lo anticiparon a Valentín Gómez). Después fue difícil crear un circuito de juego y mucho más situaciones de peligro. Lo pudo hacer por momentos nomás, cuando el Flamengo le entregó la pelota para respirar, tomar aire y seguir. Pedro ya había definido de maravilla ante Hoyos para el 3-0. Pero cuando el Flamengo volvió a pisar el acelerador, le hizo el cuarto y pudo haber hecho uno o dos goles más.
Vélez intentó con lo que pudo, con sus armas y con sus juveniles. Con sus hinchas alentando aunque la cosa ya estaba negra. “Vamos vamos los pibes”, retumbó en el Amalfitani que siguió de pie a pesar de la goleada.
El viaje de Vélez en la Libertadores parece terminado. Le queda una escala, en Río, y se aferra a un milagro.
Fuente: Olé