21 noviembre, 2024 05:58
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El mundo supera las cifras de hambre de la pandemia

Niños palestinos buscan comida entre la basura en la franja de Gaza, el pasado 15 de julio.ABED RAHIM (ANADOLU / GETTY IMAGES)

Una de cada 11 personas no tuvo suficientes alimentos en 2023, según el último informe de seguridad alimentaria de la ONU, que indica que los países no han sido capaces de regresar al nivel anterior a la covid. La situación en África se agrava, mientras en América Latina mejora.

Entre 713 y 757 millones de personas no tuvieron suficientes alimentos en 2023, lo que significa que una de cada 11 personas en el mundo pasó hambre durante el año pasado. La cifra, que apenas ha variado en los últimos tres años —en 2022 fue de entre 691 y 783 millones—, desvela que el mundo todavía no ha sido capaz de regresar al nivel anterior a la pandemia de covid.

 

 

“Unos 152 millones de personas más que en 2019” se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria o malnutridas, concluyen los autores del principal estudio anual sobre el hambre, El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2024 (SOFI, por sus siglas en inglés), publicado este miércoles y elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

“Lo peor que le puede pasar a las más de 700 millones de personas hambrientas en el mundo es que aceptemos el dato como algo normal”, lamenta por teléfono Amador Gómez, director de Investigación e Innovación de Acción Contra el Hambre. Porque el hambre, recuerda, “no es una fatalidad, ya que no es un problema de disponibilidad de alimentos, sino de acceso a esos alimentos”. Sin embargo, si no se cambia el rumbo, “las proyecciones indican que en 2030 habrá 582 millones de personas sufriendo de inseguridad alimentaria y de hambre”, un dato muy alejado del objetivo de “hambre cero” que Naciones Unidas se fijó para esa fecha, lamenta Álvaro Lario, presidente del FIDA en una entrevista con este diario. De ellos, “el 53% se encontrarán en África”.

 

El continente africano sigue siendo la región del mundo con el porcentaje más alto de población hambrienta (el 20,4%), frente al 8,1% de Asia, el 6,2% de Latinoamérica y el 7,3% de Oceanía. De hecho, el análisis profundo de los datos indica que si la cifra de personas malnutridas se mantuvo estable en 2023 es porque “la notable reducción del hambre en Latinoamérica”, en unos cinco millones de personas, compensó el aumento de África —en Asia, apenas ha variado—. “El reto en el futuro va a ser mayor y la situación puede ser aún más complicada porque la población africana es muy joven y sigue creciendo en un contexto donde la desigualdad es muy grande”, remata Lario, que recuerda que si una de cada 11 personas pasa hambre en el mundo, esta proporción, en el caso africano, es de una de cada cinco.

Los factores clave por los que en África sigue deteriorándose la situación del hambre son el “incremento de los conflictos y la vulnerabilidad al cambio climático, porque son países con pocos recursos y menos resilientes, así como el impacto tanto de la recesión económica como del problema de la deuda”, explica Máximo Torero, economista jefe de la FAO, en una entrevista con EL PAÍS. “África es un continente que importa gran parte de sus alimentos, por lo que, al subir las tasas de interés mundial, si tu banco central no es muy fuerte, se devalúa el tipo de cambio local y, al mismo tiempo, los países han de pagar más por su deuda”, añade. Todo ello provoca que se “restrinja fuertemente la capacidad de comprar y pagar el costo de las importaciones que se requieren” para alimentar a la población.

Mejoras en Latinoamérica y otros avances

El caso contrario es el de Latinoamérica, continúa Torero, donde el hambre se ha reducido porque existe “una mejor preparación en términos de mecanismos de protección social, lo que les ha permitido poder focalizar más las intervenciones y responder de manera más rápida”. Precisamente esta semana se lanzará en Brasil la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, impulsada por la presidencia brasileña del G-20, para extender las lecciones aprendidas en Latinoamérica, como la creación de pequeñas y medianas empresas de pequeños productores que fomentan el empleo especialmente en zonas rurales o sistemas de protección social como los desayunos escolares.

El informe destaca algunos de los avances logrados, como en la alimentación infantil entre los menores de cinco años y la lactancia materna exclusiva entre los menores de seis meses, aunque “la prevalencia mundial del bajo peso al nacer y del sobrepeso infantil se ha estancado, mientras que la anemia en mujeres de 15 a 49 años ha aumentado”. “Las tasas mundiales de retraso del crecimiento infantil se han reducido en un tercio, o 55 millones, en las dos últimas décadas, lo que demuestra que las inversiones en nutrición maternoinfantil merecen la pena”, afirma Catherine Russell, directora ejecutiva de Unicef. No obstante, recuerda que todavía “uno de cada cuatro niños menores de cinco años sufre desnutrición, lo que puede provocar daños a largo plazo”.

Un trabajador sanitario mide la circunferencia del brazo de un niño en Guyan (Etiopía) para determinar si está desnutrido.

Un trabajador sanitario mide la circunferencia del brazo de un niño en Guyan (Etiopía) para determinar si está desnutrido.AGENCJA FOTOGRAFICZNA CARO / ALA (ALAMY STOCK PHOTO)

Otro de los datos “positivos” que arroja el SOFI, destaca Lario, es que en 2023 se “redujo la brecha de género sobre la inseguridad alimentaria, que tras la pandemia era un 3,6% más alta en las mujeres y ahora ha descendido al 1,2%”.

También en cifras globales ha mejorado el número de personas con capacidad para acceder a comida sana. Si en 2022 no lo consiguió el 42% de la población mundial del planeta (unos 3.100 millones de personas), en 2023 este porcentaje cayó al 33% (2.800 millones). Pero una vez más, las desigualdades en el acceso a alimentación lo suficientemente nutritivas son evidentes: “Los países de bajos ingresos concentran el mayor porcentaje de población que no puede permitirse una dieta saludable, con un 71,5%, comparados con los países de renta media baja (52,6%), los países de renta media alta (21,5%) y los de renta alta (6,3%)”, destaca el SOFI de 2024.

Sin embargo, pese a las mejoras en el acceso a comida saludable, “las nuevas estimaciones de obesidad adulta muestran un aumento constante en la última década, del 12,1%, en 2012, al 15,8%, en 2022”, recuerda Unicef, que alerta de que las proyecciones indican que en 2030 habrá en el mundo más de 1.200 millones de adultos obesos.

La financiación de la seguridad alimentaria

Una de las mayores utilidades del informe SOFI de 2024 es que “define” el concepto de “financiación de seguridad alimentaria” para comprender mejor “cuáles son las brechas de financiación, cuánto gastamos y cuánto necesitamos y dónde deberíamos invertir para acabar con el hambre”, detalla Amador Gómez, director de Investigación e Innovación de Acción Contra el Hambre.

Comparte este argumento Máximo Torero. “En función de lo que la definición de financiación de seguridad alimentaria incluya” se pueden calcular el valor de las necesidades en 6.900 millones de dólares (6.354 millones de euros) o en 62.000 millones, cita como ejemplo el economista jefe de la FAO, para subrayar la envergadura de universalizar la definición.

Y además de establecer cuánto, dónde y cómo emplear los recursos, Gómez recuerda la importancia de la Inteligencia Artificial en la lucha contra el hambre con sistemas de alerta para prever tanto fenómenos climáticos extremos como la evolución de los precios de la canasta básica. Según explica el experto, “estos datos nos permitirán elaborar mapas calientes para identificar dónde están las bolsas de hambre y las zonas más vulnerables y poner en marcha medidas de anticipación”.

Fuente: El País (España) PATRICIA R. BLANCO

Patricia R. Blanco es periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

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