28 marzo, 2024 18:17
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El desarrollo humano retrocede a los niveles de 2016

Un niño sursudanés vive en un refugio improvisado. Sudán del Sur ocupa la última posición en la clasificación de desarrollo humano de la ONU. Foto: MOHAMED NURELDIN ABDALLAH (REUTERS)

Alejandra Agudo

Más del 90% de los países han experimentado involución en sus indicadores de progreso como la esperanza de vida, la educación y la economía debido a la pandemia, las guerras y el cambio climático desde 2019. La ONU habla en su último informe de un “contexto de incertidumbre sin precedentes” que polariza y paraliza a la sociedad.

La curva del progreso global se ha quebrado. “Por primera vez en más de tres décadas, hemos visto disminuir el Índice de Desarrollo Humano (IDH) durante dos años consecutivos. Estamos, en términos estadísticos, de vuelta a donde estábamos en 2016″, resume Achim Steiner, administrador del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), organismo que elabora el estudio. La edición de 2022 revela que el descenso es, además, generalizado: más de un 90% de los países del planeta, ricos y pobres, han experimentado un retroceso en sus indicadores de esperanza de vida, educación e ingresos individuales. La humanidad regresa así casi al punto de partida de la ruta marcada por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados en 2015, para un mundo más justo, pacífico y habitable en 2030.

El impacto de la covid-19, los efectos del cambio climático y los conflictos provocaron que el desarrollo humano cayera en 2020. Era la primera vez que sucedía desde 1990. Lejos de estar resueltas, esas mismas crisis, agravadas por la guerra en Ucrania, están detrás de la caída en 2022, apuntan los autores del informe. Lo que resulta en un “contexto de incertidumbre sin precedentes en la historia”, según sus palabras, que alimenta la sensación de inseguridad y desconfianza mutua. No es una percepción, lo manifiestan los datos: ya antes de la pandemia, aun cuando el mundo avanzaba, seis de cada siete personas decían sentirse inseguras, y nuevas estadísticas apuntan que menos de un 30% de la humanidad cree que puede confiar en otros, el nivel más bajo registrado.

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Pedro Conceição, director de la Oficina de Desarrollo Humano del PNUD, ahonda en el significado de estos números: “Los ciudadanos están inquietos por la pobreza, por la frustración, por la inflación, por el hambre. Y están inquietos por los conflictos violentos, que afectaban a 1.200 millones de personas incluso antes de la guerra en Ucrania. Una inquietud que a menudo conduce a la angustia, por lo que hemos visto una merma de la salud mental en todo el mundo”. Tienen motivos, agrega: “La mitad de la población actual no ve progreso en su nivel de vida en relación con el de sus padres. Y alrededor del 40% de los que tienen más educación que sus progenitores no perciben que están mejor”.

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La inseguridad y la desconfianza, el desasosiego y la pérdida de esperanza generalizados crean las condiciones idóneas para la polarización, el extremismo y los conflictos, señala el informe del IDH 2022, titulado Tiempos inciertos, vidas inestables: dar forma a nuestro futuro en un mundo en transformación. “También paralizan a la gente, precisamente en el momento en que más necesitamos respuestas colectivas”, analiza Steiner. “Un mundo dividido, en guerra y conflicto, en competencia entre sí, no está bien preparado para abordar las decisiones transformadoras que son necesarias. Las pandemias, el crimen cibernético, el cambio climático, las migraciones, simplemente no pueden resolverse por cada país aisladamente”, reflexiona.

“Las personas que se sienten más inseguras tienden a confiar menos en los demás y también son más propensas a apoyar posiciones políticamente extremas. Y esa polarización dentro y entre los países está aumentando. De hecho, la incertidumbre y la sensación de inseguridad fortalecen los lazos entre personas que comparten creencias similares y aumenta la desconfianza hacia otros que piensan de manera diferente. Y la tecnología digital a menudo agrega combustible a esta llama de división”, ahonda Conceição. La democracia está “en apuros”, asegura el mandatario.

Pese a las advertencias que la ONU lanza informe tras informe, ni el sector privado ni la comunidad internacional están a la altura de los retos, lamenta Steiner. “Debemos invertir en las instituciones multilaterales que tenemos, en las Naciones Unidas. ¿Y qué estamos viendo ahora mismo? Un recorte en la financiación del desarrollo y en los fondos humanitarios. No vemos que las naciones más ricas, las más capaces de contribuir en un momento de extrema necesidad, den un paso adelante y ayuden a los países que se encuentran en una situación extremadamente difícil”, se indigna. “Tampoco el PNUD es una varita mágica, no es una bala de plata, ni tiene la capacidad de cambiar la realidad por sí solo. Pero nuestro gasto total en los 170 países en los que trabajamos es casi el equivalente al presupuesto de la policía de Nueva York para 2022″, ilustra la infrafinanciación.

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Golpe global, impacto desigual

Si bien el retroceso en el desarrollo humano ha sido casi universal, ni el daño ni la capacidad de recuperación son equiparables entre las naciones más prósperas y las más desfavorecidas. Incluso los progresos que han significado un rayo de luz entre los nubarrones se han convertido en un arma de doble filo que ha dañado con mayor virulencia a los más vulnerables. El desarrollo de la vacuna contra la covid-19 en un tiempo récord, seguida de la mayor campaña de inmunización que se recuerda, representan un avance científico histórico, si bien su distribución ha sido muy desigual entre países. Hasta la fecha, el 72% de la población de los países de ingresos altos había recibido al menos una dosis, mientras que esa tasa de cobertura se reduce al 21% en los pobres.

“El acceso asimétrico a la vacuna es una de muchas desigualdades que se han profundizado en la pandemia”, advierte el documento del PNUD. Las mujeres, por ejemplo, han asumido de manera desproporcionada la sobrecarga del trabajo doméstico y las tareas de cuidados durante los confinamientos para frenar la expansión del virus. Y en los territorios en conflicto, la violencia de género y las agresiones sexuales aumentan. La educación también cumple la pauta. La mayoría de estudiantes de las naciones más prósperas pudieron continuar su formación a través de internet y pudieron regresar a las aulas tan pronto se reabrieron. No fue así para los escolares de las naciones con menor desarrollo y sin recursos suficientes para mantener la educación a distancia. Muchos ni siquiera regresaron cuando se retomaron las clases, especialmente las niñas. Todavía peor lo tienen los pequeños que viven en campos de refugiados o desplazados por las guerras o las adversidades climáticas.

Un vistazo a la clasificación de países según su IDH, recuerda que África subsahariana es la región más castigada del planeta. De los 10 menos desarrollados, nueve son de África subsahariana ―Sudán del Sur, Chad, Níger, República Centroafricana, Burundi, Malí, Mozambique, Burkina Faso y Guinea―; solo Yemen se cuela en lo más bajo de la tabla desde otra región, en la posición 183 de 191 países analizados. Todos ellos, salvo Malí, han empeorado en sus indicadores de desarrollo respecto a 2020. Las mayores caídas en la lista (entre 2015 y 2021) las protagonizan Venezuela (-41) y Líbano (-21).

En lo más alto: Suiza, Noruega, Islandia, Hong Kong y Australia. España se mantiene en el número 27, aunque está entre el 10% que ha mejorado su puntuación en desarrollo. Pero ni los más prósperos, ni los que han escapado al retroceso generalizado, están exentos de riesgos. Según los expertos del PNUD, recuperarán su caída en la esperanza de vida, en tanto que la mortalidad por covid-19 descenderá gracias a la elevada tasa de vacunación. “Observamos que algunos países estaban empezando a recuperarse incluso económicamente. Pero ahora se enfrentan a nuevos shocks. Algunos de los más ricos, los países industrializados, experimentan tasas de inflación que no han visto en dos décadas”, anota Conceição.

Frenar el desplome

El informe del IDH deja poco espacio para la esperanza, a menos que el mundo cambie de rumbo. Para ello, sugiere lo que sus autores llaman las tres íes, por las siglas en inglés de inversión, seguros (insurance) e innovación. En resumen, su propuesta es incrementar los fondos para proteger a los más vulnerables, como los subsidios que se dotaron para amortiguar el impacto de la pandemia sobre las economías más precarias; potenciar los seguros ante las adversidades, especialmente las climáticas, cada vez más frecuentes; y fomentar la investigación científica y social para buscar e implementar tecnologías y soluciones a los problemas globales.

Para ello, termina Steiner, hacen falta líderes fuertes y decididos. Que, en su opinión, escasean. “El liderazgo es fundamental en este momento para restablecer el espacio en el que importen las personas y puedan ser escuchadas”. La cuestión incómoda, dice, es por qué, aún con opciones disponibles, no se implementan. “Sabemos lo que hay que hacer y cómo, pero no lo estamos haciendo. No solo nos fallamos a nosotros mismos, sino que también estamos fallando a las generaciones futuras”, concluye el administrador del PNUD. De no cambiar “el rumbo equivocado”, dice, el descontento, la frustración, la inseguridad y la desconfianza, especialmente entre los jóvenes, irán a peor.

Fuente: El País – PLANETA FUTURO

Alejandra Agudo
Alejandra Agudo es Reportera del diario EL PAÍS, especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Tiene experiencia en radio (RNE y SER). Es licenciada en periodismo por la Universidad Complutense.

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