19 abril, 2024 22:11
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Cristina perdió el punch: no pudo someter al «paquete» Alberto Fernández

Ahora, en su redil, Cristina masculla todo el día contra la misma persona, lo maldice mientras se maquilla o se salpica con el té, estima que es un “traidor”. Comprensible: más de una vez confesó que su escriturado mundo político se divide en dos partes. A saber: 1) prudente respeto a los que la critican, pero hicieron carrera sin los Kirchner y 2) califica de odiosos desleales a quienes reniegan de su mando luego de haber crecido y engordado gracias al matrimonio sureño. No hay duda del lugar que ocupa Alberto Fernández en esa consideración.

“No me vuelvas a hacer la misma pregunta, no te voy a contestar”, le repite a un curioso de su confianza que la interroga sutilmente si dará un mensaje o mandará un tuit sobre el mandatario, hasta cuándo seguirá el conflicto con el Ejecutivo o si de nuevo enviará a sus lenguaraces para mordisquearlo como si fuera el pez gigante de Hemingway. O, improbablemente, atenderá el ruego de Katopodis y Zavaleta junto a otros intendentes bonaerenses interesados para que firme una paz ficticia. Solo hay una tregua, conveniente. Insiste ella en la respuesta: no voy a contestar y no me vuelvan a hacer esa pregunta.

Desprecio absoluto, además, a quien planeó hacer una contracumbre de las Américas enfrentando a los Estados Unidos en los mismísimos Estados Unidos. Disparate etílico de quien no puede despedir a una doméstica, ni a Basualdo y menos a un Berni que —en su estereotipo narcisista— lo imputó de borracho por cierta inclinación a consumir en exceso, en Olivos, “etiqueta azul” de una marca escocesa. Aun así, la dama no pudo asestarle un puñetazo ejemplar para dormirlo un rato al Presidente. Tampoco a ese ministro peso mosca, Guzmán, quien procede como si fuese de otra categoría, medio pesado, y además se piensa un experimentado político con futuro presidencial. Al revés de lo que lucubra su colega de Gabinete, Ferraresi, quien ya le asignó destino de universidad extranjera “cuando nos derroten en el 2023 y yo vuelva al lodo mientras otros compañeros vayan a prisión”.

Por si fuera poco el desquicio, a la rabieta por la insolencia de no contestarle el teléfono a su Vice, y encerrarse, Alberto le sumó la persistencia de ofrecerse otra vez como eventual postulante a la reelección reviviendo la fantasmagórica imagen del albertismo no nato.

Con minucias irrita a la dama, hoy incómoda por actos poco explicables de su compañero de fórmula, como la convocatoria a la ahora empresaria Natalia de Negri con paradero exitoso en Miami para auxiliarla en una pugna judicial contra una red de Internet que insiste en recordarle un pasado escandaloso. Le han aportado detalles a la Vice de ese encuentro —también de otros— y la novedad de que Alberto presumía por disponer influencia o sabiduría en los juzgados para salvar de contratiempos judiciales a la visitante, mientras a Cristina —tan castigada y amenazada en la Justicia, según entiende— no la ha podido rescatar de ninguna causa. También ignoraba que al Presidente le sobraba tiempo para ofrecer esos dadivosos servicios. Muchos creen que los entretelones de esa reunión, a la que también asistió el marido y el abogado de la Negri sin ser invitados, puede tener difusión en próximas semanas: tal vez interese periodísticamente la generosidad presidencial con mujeres necesitadas.

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Interna oficialista.

Quizás sea injusta Cristina con Alberto, quien no le contesta pero se esfuerza por congraciarse con sus mensajes. Más veloz que un colibrí, el mandatario se colgó la boina del Che Guevara para cuestionar al gobierno Biden —al que le pide entrevistas—, promete un incendio (“no me callo más”) en la Cumbre de las Américas representando a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Además, añadió nuevos ataques a la Corte Suprema de Justicia y calificó de “ladrón” a Macri. Para completar el menú de golosinas para su Vice, también despotrico contra los medios de comunicación. Solo le falta pedir la captura de Magnetto.

No alcanzan sin embargo tantas lisonjas públicas: ella sigue decepcionada, no lo reconoce y le encantaría propiciar un cambio, la llegada de un equipo que reordene al gobierno y sea encabezado por Sergio Massa, hoy más de su lado que de Alberto. Tampoco fácil resulta esa tarea: ella cuestiona al FMI y el hombre de Tigre facilitó la última negociación, mientras conspicuos colaboradores de Massa no satisfacen el paladar de la dama. Eso sí: la nueva pareja detesta a Guzmán.

La mujer imperfecta no abandona su propósito, recurre bajo otras formas a la demolición de Alberto y ocupar con propios adictos el superministerio de la Producción que se sueña para Massa. Sabe que su última ofensiva paró el país, hizo subir la inflación, generó inestabilidad y no consiguió nada. Un error. Debe admitirlo ante el espejo, único confidente, como la equivocación de haberlo elegido a Alberto. Pero entiende que será peor quedarse estancada y esperar como los pingüinos, impávidamente, a que las ballenas vengan a comérsela. No vaya a ser que se cumpla una parte de la profecía de Ferraresi.

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