El turismo en Misiones sigue conquistando todos los años a miles de viajeros que se acercan para disfrutar de sus atractivos turísticos naturales, a los que se sumó en los últimos tiempos una buena cantidad de destinos culturales e históricos. Todo enmarcado por la famosa tierra colorada de la provincia, por sus saltos de agua y por su selva impenetrable.
Las Cataratas del Iguazú y sus pasarelas mimetizadas con el ambiente permiten que nos adentremos en la selva y observemos de cerca estas caídas de agua que logran su mayor expresión en la afamada Garganta del Diablo. Puerto Iguazú, la ciudad más cercana, es el punto de partida para las distintas excursiones y paseos para hacer en la región de las Cataratas y que pueden visitarse con admiración, desde los pueblos que aún habitan en la selva, los reservorios increíbles de flora y fauna, hasta los museos y lugares históricos.
Bajando por la ruta nacional n° 12 hasta la ciudad de Posadas, capital de la provincia de Misiones, se despliega una serie de pueblos que muestran la idiosincrasia misionera. Entre estos aparecen Eldorado, Montecarlo, Puerto Rico, Jardín América y San Ignacio, conocido por el inconfundible color anaranjado de sus Ruinas Jesuíticas y haber dado albergue a uno de los escritores más importantes de esta región: Horacio Quiroga
En el centro de Misiones aparecen otras localidades que combinan de manera perfecta a las pequeñas sierras con la selva y la tierra colorada. Entre ellas encontramos a Santa Ana, con su gigantesca cruz mirador, y a Oberá , una de las ciudades más prósperas de la provincia y en donde la inmigración europea introdujo sus costumbres y tradiciones.
La ruta misionera provincial n° 2, una de las más hermosas de la Argentina , transita paralela al río Uruguay y permite disfrutar de pequeños poblados ideales para el turismo, hasta llegar a la ciudad de El Soberbio, portal de entrada a los célebres Saltos del Moconá. Este lugar se está haciendo conocido en el mundo «porque el río corre de costado», algo que hay que ver para entender.
Cataratas del Iguazú
Consagradas entre las 7 Maravillas Naturales del Mundo, las Cataratas del Iguazú son el atractivo natural más visitado de la provincia de Misiones y uno de los más imponentes de la Argentina y el mundo. El visitante encontrará más de 270 saltos a lo largo de los acantilados e islotes, repartidos en la media luna que forma este accidente geográfico.
Las cataratas desde el circuito interior
Las Cataratas del Iguazú se encuentran dentro del Parque Nacional del mismo nombre, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Puerto Iguazú, al norte de la provincia de Misiones, Argentina. El río que las forma, también llamado Iguazú, nace en el estado de Paraná, en Brasil, y luego de recorrer unos 1200 kilómetros por una meseta, absorbiendo el caudal de los afluentes que se topa en su camino, llega a un punto donde una falla geológica forma una grieta en la llanura. Como si una gigante pala se hubiera hundido en la tierra separando sus lados. Sólo que en este corte, coincide con el paso de un río.
Un río que viene recorriendo una geografía tranquila, sin demasiados sobresaltos, que de a poco encuentra en su transitar una seguidilla de saltos. Y de repente, unos 80 metros de desnivel que se convierten en una violenta sensación de vértigo: la Garganta del Diablo, el principal salto de las Cataratas, combinada con un constante tronar ensordecedor que se sumerge en lo más profundo, para luego mansamente, desembocar a pocos kilómetros en el río Paraná.
Una increíble sensación de vértigo
En idioma guaraní, el término Iguazú se traduce como Aguas grandes. Fueron descubiertas por los exploradores europeos en el año 1541, por el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. En 1984, la UNESCO las declaró como patrimonio natural de la humanidad y en 2011 un certamen internacional nominó a las Cataratas del Iguazú como una de las 7 Maravillas Naturales del Mundo.
Una de las varias leyendas cuenta de la existencia de una serpiente gigante, «Boi», la cual vivía en el interior del río. Para aplacar su ferocidad, los aborígenes sacrificaban a una dama una vez por año, arrojándola a las aguas como ofrenda para la bestia. En una de esas ocasiones un valiente guaraní raptó a la doncella elegida, para salvarla del tradicional rito, escapando con ella en canoa por el río.
Al enterarse de la osadía, Boi entró en cólera y encorvando su lomo partió el curso del río, creando así las cataratas y separando de este modo a ambos indígenas.
Las Ruinas de San Ignacio – Misiones Jesuíticas
Al día siguiente de haber disfrutado del espectáculo natural de las Cataratas del Iguazú, nos fuimos tierras adentro de la provincia de Misiones . Esta vez fue para visitar las famosas Ruinas de San Ignacio Miní, declaradas por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año 1984.
Con gran expectativa emprendimos el viaje, ya que visitaríamos una de las reducciones más emblemáticas de la Compañía de Jesús en América y la que en mejor estado de restauración se encuentra, entre otras de la orden. Sabíamos con antelación que esta misión tuvo como objetivo evangelizar a los nativos guaraníes.
Luego de transitar unas tres horas aproximadamente por la ruta nacional 12 con dirección sur, llegamos al poblado de San Ignacio, donde se encuentran las ruinas.
Luego de abonar la entrada, accedimos a la misión que da testimonio de la obra de los jesuitas, donde la cultura nativa se unió con la europea sin ningún tipo de violencia.
Hoy solo quedan vestigios de un pueblo donde la ciencia y el arte formaron parte de la unión del hombre blanco con los pueblos guaraníes.
La Compañía de Jesús en América
Los primeros tiempos del nuevo mundo
Una concepción barroca
Detenidos en el tiempo
Iniciamos el recorrido con un guía local que nos fue relatando la historia de la misión y nos habló sobre los distintos avatares que sufrió hasta la expulsión de la orden jesuita por parte del rey Carlos III de España.
A medida que avanzamos por el predio, comenzamos a admirar distintos edificios construidos con bloques de piedra de asperón rojo.
El trazado de la ciudad es uno de los más notorios trabajos de los jesuitas. La plaza de armas – actual patio central –, el cabildo, la iglesia, las viviendas de los religiosos y de los nativos, el hospital, el colegio, los talleres y los almacenes son parte de las construcciones que daban forma a esta clase de poblado.
La vida de la misión giraba en torno a la plaza. La entrada principal era una calle central cuya perspectiva focalizaba en la portada del templo. Hacia allí nos dirigimos.
Mientras caminábamos y escuchábamos al guía fuimos aprendiendo que las construcciones de la misión manifiestan una concepción barroca. Al transitar por el predio también observamos elaborados diseños en piedra labrada con figuras de ángeles, palomas y motivos de plantas autóctonas donde se aprecia la impronta guaraní.
El guía nos relató que entre los siglos XVII y XVIII jesuitas y guaraníes pudieron unir sus culturas sin entrar en conflictos violentos. Fue uno de los pocos casos en que el colonizador no reprimió la cultura americana, sino que se sumó con su enseñanza del Evangelio, costumbres y formas de organización social y de trabajo a las originarias.
“Al parecer, el esfuerzo de los jesuitas no fue esplendoroso a lo largo de todo su periodo. Por un lado, fueron invadidos y desplazados en varias oportunidades por los bandeirantes, originarios del actual San Pablo, Brasil, con el propósito de capturar a los aborígenes para venderlos como esclavos. Y, por el otro, marcó un fin demasiado trágico en el año 1768 con la expulsión de los jesuitas misioneros”, aseguró nuestro guía.
Penetramos en lo que formaba parte del templo mayor. Su fachada fue realizada en 1610 con tres grandes puertas como entrada, en cuyos capiteles se logran apreciar varios relieves.
El guía nos explicó que a mediados del siglo XVIII la misión que estábamos visitando contaba con tres mil habitantes. Las actividades culturales y artesanales eran múltiples y variadas, mientras que la ubicación estratégica sobre el río Paraná favorecía la vida comercial con distintos asentamientos de la zona. Lamentablemente, con la expulsión de los jesuitas la misión de San Ignacio Miní fue abandonada por completo.
Con afán observábamos los muros que parecían detenidos en el tiempo. Transitamos por todo el predio intentando imaginar cómo era la vida en el seno de la misión.
Preguntamos por qué razones los jesuitas fueron expulsados de América, teniendo en cuenta que estaban haciendo una muy buena labor. La respuesta nos dejó un gusto amargo en la boca. Tristemente, volvimos a comprobar que fue preferible dominar al débil a proveerlo de herramientas para fortalecerlo civil y culturalmente; una historia que sin duda se repite en la humanidad.
Tras visitar las ruinas de San Ignacio, emprendimos el regreso a la ciudad de las Aguas Grandes. Comenzaba a atardecer y entre los sonidos de la selva paranaense nos pareció escuchar los alaridos de las almas de los guaraníes que fueron diezmados hace tan sólo quinientos años.
Texto: Marcelo Sola – Fotos: Eduardo Epifanio
Los Saltos del Moconá
Imaginar que en un momento de su cauce un río comienza a caer de costado suena ilógico, como si se tratase de un cuento de ciencia ficción. Este lugar existe y se llama Saltos del Moconá.
Desde hace años teníamos ganas de conocerlos y de entender cómo es esto de que una falla geográfica hace que el mismo río tenga una parte más alta que otra y que, por ende, cuando el caudal se encuentra bajo vierta las aguas sobre sí mismo.
Es complicado de entender pero es real. Conocido como el Gran Salto del Moconá (o «el que todo lo traga», como fue bautizado por los guaraníes que habitaron el lugar), se trata de un cañón de tres kilómetros de largo con caídas de agua paralelas a su cauce, cuya altura, que va de los cinco a los siete metros, depende del caudal de agua que trae el río Uruguay.
Este accidente geográfico único en el mundo es compartido por Argentina y Brasil. El área donde se ubican los saltos del Moconá es considerada parque provincial y dentro de esta área protegida se encuentra la reserva de biosfera Yabotí, en la que en los últimos años se han instalado innumerables lodges para hospedar a visitantes que están buscando disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor, practicar safaris fotográficos, flotadas en balsas o salidas con canoas por los ríos y arroyos paradisíacos de este gran humedal.
-
El Uruguay corre angosto y turbulento
Un cuento de ciencia ficción
Accidente geográfico único en el mundo
Un cañón de tres kilómetros de largo
Esta reserva fue creada en el año 1967, luego de que Juan Alberto Harriet, propietario de estos terrenos, donara a la provincia las 999 hectáreas del lado argentino donde se encuentran los famosos saltos.
Luego de realizar los senderos y establecer algunas medidas de seguridad para los visitantes, el 27 de junio de 1991 se creó el parque provincial Moconá y años más tarde comenzaron a desarrollarse los primeros avistajes en gomones río arriba, a fin de apreciar los saltos desde el agua, tal como se lo sigue haciendo hoy.
Con profundidades que en muchos casos superan los 150 metros, el Uruguay corre angosto y turbulento y su corriente es tal que pareciera tragarse a sí misma, como si el agua que cae de los saltos lo hiciera por una atracción imaginaria proveniente del mismo río.
Basta con conocerlo, y más si se lo hace cuando el caudal es el adecuado para apreciar los saltos, para entender que los guaraníes tenían razón.
Texto y Fotos: Pablo Etchevers
Fuente: https://www.welcomeargentina.com