Por Damien Cave
La cumbre anual del Grupo de los 20 reúne a los líderes mundiales en pos de un noble objetivo: coordinar las políticas de la economía mundial. Pero, ¿hasta qué punto ha avanzado el G20 en sus ambiciones? ¿Y qué puede esperarse de la reunión de este año, que se celebrará en la India el sábado y el domingo?
El orden del día de Nueva Delhi incluye el cambio climático, el desarrollo económico y la carga de la deuda en los países de renta baja, así como la inflación impulsada por la guerra de Rusia en Ucrania. Si los miembros logran llegar a un consenso en alguno estos temas, o en todos, al final redactarán una declaración oficial conjunta.
Por ejemplo, en la cumbre de Roma de 2021, los líderes del G20 afirmaron que limitarían el calentamiento global con “acciones significativas y efectivas”, destacando el compromiso de poner fin a la financiación de centrales eléctricas de carbón en el extranjero.
Pero el comunicado dejaba fuera las inversiones nacionales en carbón. Según la Agencia Internacional de la Energía, la generación mundial de electricidad a partir del carbón alcanzó un nuevo máximo en 2022. Este año, se espera que la inversión en carbón aumente otro 10 por ciento, hasta 150.000 millones de dólares, a pesar de las declaraciones del G20 y del consenso científico de que el uso del carbón debe terminar inmediatamente.
¿Qué ha logrado el G20?
El G20 comenzó como una reunión de ministros de finanzas tras la oleada de fuertes devaluaciones monetarias de finales de la década de 1990, y luego, tras la crisis financiera mundial sucedida una década después, añadió una reunión anual de líderes mundiales.
Los altos funcionarios (en su mayoría alemanes, canadienses y estadounidenses) impulsaron lo que consideraban un foro más flexible e inclusivo que el Grupo de los Siete, o G7, liderado por Occidente. Creían que convocar tanto a las potencias consolidadas como a las emergentes protegería mejor la economía mundial, y los primeros indicios sugerían que tenían razón.
La cumbre de 2016 en China también demostró el poder de reunir a los mandatarios cuando el presidente Barack Obama y el líder chino, Xi Jinping, anunciaron que sus países firmarían el Acuerdo de París sobre el clima.
El plan prometía añadir miles de millones a los ingresos públicos y hacer que los paraísos fiscales dejaran de ser un motor para las empresas. Pero, como ocurre con muchas de las declaraciones del G20, el cumplimiento ha sido débil.
¿Por qué le ha costado tanto al G20 poder tener impacto?
Algunos críticos sostienen que el G20 estuvo viciado desde el principio, con una lista de miembros basada en los caprichos de los funcionarios de economía y los banqueros centrales occidentales.
Según Robert Wade, catedrático de economía política de la London School of Economics, los funcionarios alemanes y estadounidenses “hicieron la lista de países diciendo: Canadá adentro, Portugal afuera, Sudáfrica adentro, Nigeria y Egipto afuera, y así sucesivamente”.
Por ejemplo, Argentina no es una economía emergente ni está entre las 20 mayores. Sin embargo, según sostienen algunos críticos, es miembro del G20 porque uno de sus antiguos ministros de Economía, Domingo Cavallo, fue compañero de habitación en Harvard de Larry Summers, secretario del Tesoro de Estados Unidos entre 1999 y 2001.
En un correo electrónico, Wade afirmó que la organización seguía adoleciendo de “falta de procedimientos de representación”, porque no tiene un proceso de inclusión bien definido.
Las cumbres del grupo también se han convertido en un foro para las fuerzas que surgen contra el orden establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Cuando se creó el G20, había más consenso sobre cómo mantener unido al mundo. El libre comercio estaba en auge, la rivalidad entre las grandes potencias parecía ser solo un recuerdo y los optimistas de todo el mundo esperaban que el grupo originara una base de poder más amplia para instituciones envejecidas como Naciones Unidas y el Fondo Monetario Internacional.

“Hay mucho más descontento con la hiperglobalización, el comercio abierto y el capital libre”, dijo Stewart Patrick, director del Programa de Orden Global e Instituciones de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional. “En una situación en la que la economía mundial se está fracturando y los países persiguen sus objetivos, la pregunta es: ¿qué haces cuando todavía tienes normas e instituciones que se crearon para un entorno muy diferente?”.
¿El mundo necesita al G20?
Pocos críticos quieren que se elimine el G20. Les preocupa que ya se esté debilitando, con la ausencia de Xi en la reunión de este año. (El presidente de Rusia, Vladimir Putin, tampoco asistirá).
Como escribieron Dani Rodrik y Stephen M. Walt el año pasado en Foreign Affairs: “Cada vez está más claro que el enfoque existente, orientado hacia Occidente, ya no es adecuado para abordar las múltiples fuerzas que rigen las relaciones internacionales de poder”. Predijeron un futuro con menos consenso, en el que “las preferencias de políticas occidentales prevalecerán menos” y “habrá que conceder a cada país un mayor margen de maniobra en la gestión de su economía, sociedad y sistema político”.
Wade ha abogado por un G20 reformulado, con un núcleo de potencias económicas complementado por un conjunto rotatorio de naciones más pequeñas. Patrick afirmó que el G20 podría desempeñar un papel de liderazgo en el orden “posneoliberal” debatiendo cómo separar los beneficios del comercio, de los riesgos de abusar del sistema de libre mercado para cuya protección se creó la organización.
“El G20 sería un lugar natural para empezar a perfilar las normas de coexistencia pacífica que permitan que los países participen en una globalización más moderada”, afirmó. “Esa sería una agenda positiva”.
Fuente: The New York Times
Damien Cave es el jefe de la corresponsalía en Sídney, Australia. Anteriormente reporteó desde Ciudad de México, La Habana, Beirut y Bagdad. Desde que se unió al Times en 2004, también ha sido editor nacional adjunto, jefe de la corresponsalía de Miami y reportero de la sección Metro. @damiencave